Por David Pizarro Romero (*)
Esta semana, el mainstream de la comunicación y las redes sociales se ha visto revolucionado por un evento que un especialista en ambiente definió como canónico para la ciencia.
Un buque de investigación de última generación, financiado por la fundación Schmidt Ocean Institute (SOI) y con alrededor de 30 científicos a bordo (la mayoría argentinos), realiza exploraciones en las profundidades del Mar Argentino, más específicamente en el área del Cañón submarino de Mar del Plata, una formación geológica de gran profundidad situada a 300 kilómetros de la costa.
De acuerdo con la página del SOI, el objetivo de la investigación es sentar bases sólidas para la investigación, la conservación y la gestión de recursos en el futuro. La novedad radica en que los científicos del Conicet han decidido transmitir por streaming estas exploraciones a 4.000 metros de profundidad. Mediante un robot perteneciente al SOI y operado remotamente, la transmisión ha llegado a tener picos de audiencia de más de 50.000 espectadores en vivo, viendo el minuto a minuto durante el fin de semana. El interés ha ido creciendo exponencialmente y las visualizaciones también. Ya hay desde memes hasta peluches y jingles que hablan de los simpáticos habitantes de nuestro subsuelo marino.
Los grandes medios de comunicación han sacado notas al respecto alabando la tarea científica y las ONG’s Greenpeace y Wildlife Conservation Society (WCS) ya hablan de que hay que proteger ese espacio a toda costa (oh casualidad, espacio donde existen proyectos argentinos para instalar plataformas petroleras). Se habla del “peligro” de la pesca, de la explotación petrolífera offshore y la minería profunda (se han detectado nódulos polimetálicos, muy valiosos en la actualidad). Esto abre la puerta a una compleja discusión respecto a la explotación de nuestros recursos naturales que tiene más interrogantes que respuestas. ¿Quién los explotaría? ¿De qué manera? ¿Con qué objetivos?
No voy a entrar en la discusión si aprovechamos nuestros recursos naturales o no, porque en mi visión este hecho representa algo saldado: no hay desarrollo nacional posible sin explotación de los recursos naturales. Los ambientalistas que piden no hacer uso de ninguno de esos recursos, o pecan de una ingenuidad enorme o están directamente cooptados por las ONGs extranjeras (británicas) que tienen una agenda política clara que busca impedir a toda costa el desarrollo nacional usando una falsa preocupación por la biodiversidad existente en nuestra geografía.
Y esto nos lleva al lado B de la investigación, porque este stream tiene otros planos que no se ven: el sistemático vaciamiento de la estructura científica nacional, la soberanía ausente y una expedición que sólo es posible no por el vigor de nuestras instituciones, sino por su deliberado desguace.
Para los que nos dedicamos a la geopolítica, esta expedición trae muchas más inquietudes que certezas y más preocupaciones que alegrías. Según la página del SOI, toda la información recolectada va a ir al Rolling Deck Repository (RDR), una base de datos global (con sede en Estados Unidos) que almacena y comparte datos oceanográficos recolectados por buques científicos durante sus expediciones. Esto plantea el interrogante sobre la soberanía de los datos cuando involucra información de mares jurisdiccionales. ¿Afecta a nuestra soberanía el hecho que toda la información sobre nuestro mar territorial esté al alcance de cualquiera en una escala global? Sin lugar a dudas, sí.
Al compartir esta mirada en mis redes sociales, recibí algunos mensajes (de compañeros) en los que me acusaban de “aguafiestas” y que ante el nefasto contexto que vivimos, “dejemos a la gente disfrutar de algo lindo”. Pero los gordos geopolítica tenemos la máxima de que todo lo que sucede tiene que pasar por el tamiz de las siguientes preguntas: ¿Cómo afecta esto a los intereses nacionales? ¿Fortalece o debilita a la soberanía nacional? Existe un viejo refrán que reza que cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía.
Vale señalar que esta expedición se realiza sin acuerdos formales que garanticen el resguardo de nuestra soberanía, ya que la misma fue aprobada por el Consejo Federal Pesquero Nacional después de que la Embajada de los Estados Unidos presentara solo notas verbales pidiendo su autorización. Esta situación se agrava mientras el gobierno nacional desmantela sistemáticamente las capacidades de investigación oceanográfica local, dejando serios interrogantes sobre los verdaderos fines de esta misión y sus potenciales consecuencias para los intereses estratégicos de nuestro país.
¿Conviene hacer ciencia colaborativa en un marco de tanta desigualdad política? La expedición se da en pleno ajuste presupuestario que ocasionó que se abandonase el programa Pampa Azul (2014-2023), la primer iniciativa estratégica argentina de investigación y protección del Mar Argentino, que busca fortalecer la soberanía científica y el desarrollo sustentable de los recursos marítimos. El ajuste además dejó inoperativo al único buque argentino con capacidad para este tipo de campañas, el ARA Puerto Deseado. Hoy, las decisiones operativas, la tecnología y la transmisión global dependen de una fundación norteamericana con sede en Silicon Valley que viene de trabajar en conjunto con el British Antartic Survey (organismo encargado de la actividad británica en la Antártida). Una fundación que, más allá del discurso, recolecta imágenes, datos genéticos y posicionamientos estratégicos de nuestro lecho marino.
El plano se oscurece cuando vemos que el director y fundador del SOI es Eric Schmidt, quien fuera CEO de Google por muchos años y asesor tecnológico del genocida israelí Benjamin Netanyahu y del gobierno británico (enemigo histórico y actual de la Argentina) de David Cameron y de Boris Johnson. Schmidt tiene dos caras que investigan áreas comunes. El SOI es su faceta filántropa y amable, mientras que Innovations Endeavors (IE) es su parte más oculta. Este fondo de inversión financió el desarrollo de spyware de vigilancia masiva que le permitió al Ejército de Israel vigilar ilegalmente a toda la población palestina y asesinar a cientos de ellos.
A través de IE, Schmidt ha financiado por años a empresas israelíes como Rafael Advanced Defense Systems (la más grande empresa israelí de tecnología militar) en proyectos que incluyen drones submarinos, vigilancia militar, sistemas de sonar útiles para hacer ciencia, pero también para la defensa. El SOI usa robots submarinos, como el ROV Subastian que hoy vemos en Youtube, que podrían compartir tecnología con empresas como Rafael. Esta empresa israelí es contratista del Reino Unido de Gran Bretaña, le vende sistemas de sonares y drones submarinos, y además es proveedora de las dos principales empresas contratistas de defensa británicos en Malvinas: Lockheed Martin UK y BAE Systems.
No es casualidad que el SOI tenga planificado mapear todo el lecho marino del hemisferio sur en una operación que durará 10 años. Este año comenzaron con las costas americanas: primero las del Pacífico Sur pertenecientes a Chile y luego, con científicos británicos, exploraron nuestro mar usurpado en las cercanías de las Sandwich del Sur. Ahora buscan seguir su camino hacia el sur investigando nuestro mar en otras dos expediciones: una a la altura de Bahía Blanca y otra en el mar que baña las costas de la Patagonia. Todo apunta a que esta operación forma parte de una estrategia de dominación a largo plazo.
Para evitar ser dependientes en lo que respecta a investigación científica hay que fortalecer lo propio, volver a dotar de presupuesto a la ciencia y a la tecnología nacional, reflotar el Pampa Azul y mejorar los salarios de miseria de los científicos, avanzar en la modernización de infraestructura y materiales y, por supuesto, tener una visión geopolítica de la ciencia y de nuestra geografía, en especial de nuestro mar.
Argentina debe mirar al Atlántico Sur. No mirarlo y descuidar los intereses que tenemos en dicho mar sería un error que sin dudas puede afectar incluso nuestra existencia como nación. Teniendo en cuenta que el 85% de nuestro comercio se realiza por vía marítima y siendo conscientes de la magnitud de los recursos renovables y no renovables que se encuentran en el mar sobre el que tenemos jurisdicción, si no pensamos una estrategia que considere el valor geopolítico del mismo estaríamos cometiendo un error gravísimo. El Atlántico Sur no es sólo importante por los recursos naturales, sino que también es el mar que nos conecta con las Islas Malvinas, la Antártida y que permite los pasos interoceánicos que se encuentran a nuestro alrededor.
Urge tomar conciencia de lo que está en juego y desarrollar políticas de Estado y no meros deseos declamativos. Después de más de un siglo del planteo geopolítico del Almirante Storni para nuestro mar argentino, todavía estamos inmersos en la aspiración a definir y delimitar los intereses nacionales en el mar en este siglo XXI.
(*) Lic. en Historia por la Universidad del Salvador (USAL) y Prof. en Historia también por la Universidad del Salvador (USAL). Mg en Estrategia y Geopolítica por la Escuela Superior de Guerra (ESG-UNDEF). Investigador antártico, estuvo destinado en la Base Antártica Conjunta Petrel en el invierno del 2022 y la primavera -verano de 2023/2024.
Diplomado por la Universidad de Morón (UM) en la especialización de Derecho Antártico, Gestión y Logística Antártica Ambiental.
Autor del libro: “Petrel, corazón del esfuerzo argentino en la Antártida”, editado por el Instituto de Publicaciones Navales en 2024.
Nota de La página WEB de Grito del Sur