Por María Daniela Yaccar
"No puedo escribir. Escribo." La frase es de Kafka, una figura clave en la inspiración del último libro de Diego Sztulwark: El temblor de las ideas. Buscar una salida donde no la hay. Una sensación de “caos afectivo y emocional”, que comienza con el intento de magnicidio a CFK y se profundiza con el mileísmo en el poder, atraviesa estas páginas y es fácil reconocerse en ella. “No veo lugar ni para el pesimismo ni para la impotencia”, sentencia el autor, quien sugiere que la sociedad está llamada a inventarse una salida en el marco de una crisis política que no debería llamarse “actual”, ya que anida en la descomposición de un orden que viene de lejos.
“Es un artefacto extraño”, le dijo el editor Alejandro Horowicz a Sztulwark cuando conoció el material publicado por Ariel. Es que el formato está alejado de lo habitual en la filosofía política. El texto se construye en tres capas: una serie de ensayos de “autoesclarecimiento”; un diario político de la "perplejidad"; y una relectura del escritor checo que funciona como lente para pensar la Argentina actual. Los registros se intervienen mutuamente, se rozan y contaminan. "El libro es distinto a esos en los que uno tiene una tesis o hizo una investigación. Mientras lo iba escribiendo iba tratando de volver gobernable un caos mental y afectivo que estaba viviendo. Las notas están intentando entender, aprehender algo, darle forma. Cuando terminé el primer borrador sentí alivio por poder darle forma a una materia muy difícil de trabajar", dice Sztulwark a Página/12.
Formado en Ciencia Política, el autor es docente y coordina grupos de trabajo sobre filosofía y política. Escribió La ofensiva sensible. Neoliberalismo, populismo y el reverso de lo político y es coautor de Buda y Descartes. La tentación racional (junto con Ariel Sicorsky) y de Vida de Perro. Balance político de un país intenso del 55 a Macri, basado en sus conversaciones con Horacio Verbitsky. Escribe regularmente en el blog Lobo Suelto! y participa en Siempre es hoy en la AM 530 de las Madres de Plaza de Mayo.
-¿Seguiste escribiendo diarios? En Argentina habría que actualizar constantemente...
-Sí, seguí, lo que pasa es que el método es este: voy tomando notas todo el tiempo, algunas son posteos y algunas, para mí. Lo venía haciendo desde el 1° de septiembre del 2022. Cuando fue el cierre del libro, el 2 de abril del 2025, tenía un archivo de 80 páginas con notas de diario. Entonces fui haciendo una selección de las que podían ir, porque no tenía sentido que el libro fuera un diario. Tenía que tener un diario montado. De esas 80 páginas habré seleccionado unas 20, 25. Sigo tomando notas, pero no están en el mismo estado de síntesis y meticulosidad que en el libro. Cuando algo me impacta y no lo puedo resolver fácil lo anoto. "Hoy pasó tal cosa", y si puedo asocio una idea. Esas notas quizás sean material para un próximo libro.
-Hablaste de estar atravesado por una sensación de caos emocional y afectivo. Esa sensación empieza con el intento de asesinato a Cristina Kirchner. ¿Qué representó este suceso para vos?
-Soy uno más de los que sufrió el impacto del momento en que Sabag Montiel intenta matar a Cristina, pero además al otro día fui como muchísima gente a la marcha y ahí empecé a sentir que había una especie de novedad espesa en el sentido de que la multitud en la calle no alcanzaba para dar una respuesta a la situación. Y eso lo empecé a sentir, por supuesto, en conversación con decenas de amigas y amigos. A los meses con un grupo de amigas y amigos fuimos invitados a una asamblea de una organización social con la que teníamos mucha historia previa y me resultó muy impactante percibir, ante una pregunta que llevamos, hasta qué punto esto que sentíamos como una especie de posible reverdecer de la violencia política estaba desenganchado de un tipo de violencia más socioterritorial, cotidiana. El desacople entre dos planos distintos me sorprendió muchísimo por lo gráfico que fue ver ahí cómo por lo menos para una parte del movimiento social de Argentina el proceso de democratización desde abajo estaba bloqueado ya.
-¿En qué sentido?
-No era una vía por la cual se estaban conquistando poderes de decisión o de ingresos. Esta parálisis volvía muy lejana toda la lectura del plano macropolítico. A nivel personal ahí fue que me di cuenta, en diciembre de 2022, que era posible que estuviésemos entrando en un período nuevo, con coordenadas nuevas y muy reaccionario, que no iba a tener protagonismo organizado de sectores sociales que en 2001 habían jugado un papel tan importante. Los organismos de derechos humanos, las personas más ligadas al feminismo son esos movimientos en los que uno deposita la confianza en lo que se llama democracia, mucho más que en los partidos. Entonces fue para mí un sistema de alarmas. Fue volviendo de esa asamblea que empecé a sentir una curiosidad obsesiva, un deseo muy grande por leer a Kafka. A quien, por supuesto, ya había leído, pero no era un autor que yo trabajase en particular. La literatura no es para mí un objeto de trabajo tan cotidiano ni central, pero llegué a casa, suspendí las cosas que tenía que hacer y me encerré a leer pensando que con un par de días de lectura me iba a alcanzar, y quedé prácticamente un año y medio en ese estado de lectura obsesiva, descubriendo que Kafka era un poco el autor de la trampa. Llamaría "trampa" a la sensación de que el lenguaje crítico está demasiado separado de la desesperación.
-¿Qué quiere decir esto?
-Por un lado, de la desesperación popular, de la idea de que no hay cómo defender ingresos o cómo constituir un colectivo que sea capaz de abrir posibilidades democráticas. Pero también por una especie de desesperación adormecida del progresismo. Esta cosa del progresismo de tener siempre la palabra justa, una posición didáctica, pedagógica, custodia del buen pensamiento... y no abrir paso a la desesperación que sentimos cuando nos desestabilizamos y sentimos que hay cosas en peligro y no sabemos cómo hacer. Esa distancia entre la desesperación y el lenguaje crítico fue mi primer pensamiento. El segundo lo tuve más tarde, cuando me di cuenta de que Kafka, a su manera, en sus diarios, sus novelas, pero también en sus cartas, era alguien con una escritura hipersensible al poder, una enorme hipersensibilidad a lo que muchos años después Foucault llamó los micropoderes. Kafka ya los había percibido perfectamente. Es un autor de una sensibilidad antifascista. Y lo que se estaba imponiendo entre nosotros, si bien no es el fascismo político clásico, tiene algo de un fascismo eterno, de un fascismo de todas las épocas, que siempre está vivo en el capitalismo. Es un fascismo que oscurece las percepciones de las personas; nos hace sentir que nosotros no somos engendradores de sentidos. Entonces, es muy disgregador de lo colectivo. Quizás esa es la trampa última a la que me refiero, que también se articula con la economía y la política, porque, por supuesto, ese tipo de oscurecimiento y de entrampamiento tiene, como vimos después, una enorme funcionalidad para hacer transferencias de recursos de sectores populares a clases dominantes. Uno puede leer al mileísmo como efecto de este entrampamiento. Efecto y a su vez perfeccionamiento. Estamos obligados a no sacar el oído ni de nuestra tradición bibliográfica ni del murmullo popular. El libro es un intento de reconectar desesperación con lenguaje crítico a pesar de todo y en el peor momento.
-¿Y qué quiere decir el planteo de "buscar una salida donde no la hay"? ¿Implica no quedar en el pesimismo?
-Quiere decir no tener ilusiones respecto de que los posibles que se nos presentan puedan representar para nosotros una salida. Creo que eso no está dado. No es que si todos hacemos esto o lo otro de lo que se nos ofrece... por ejemplo, en el 2023, la opción era votar a Massa. Yo lo voté. Pero eso... ¿qué era? Ni si ganaba era algo. Esa frase remite a la idea de que la sociedad en ciertos momentos tiene que inventar formas de hacerse cargo de sus problemas. El 2001 tuvo un potencial crítico extraordinario, pero lo pienso menos como un sistema político o una alternativa política que no fue y más como esa capacidad que tuvo la sociedad de elaborar una crítica al neoliberalismo muy desde abajo. Pienso en el movimiento piquetero, las fábricas recuperadas, los movimientos de derechos humanos. Ese protagonismo creó un espacio en donde no lo había. Porque antes del 2001 todo acá era impunidad, neoliberalismo con privatizaciones, ajuste y represión. Y ningún partido podía cambiar eso. El 2001 produjo una crisis desde abajo pero también una salida donde no la había. En Informe para una academia, Kafka cuenta la historia de un simio que es invitado a dar una conferencia en una academia. El mono habla como los humanos. Y dice, "bueno, voy a contar mi historia, me piden que yo cuente cómo era ser animal, pero en la medida en que tengo el lenguaje humano ya no tengo recuerdos animales, porque el lenguaje impone su propia manera de seleccionar recuerdos, ya tengo recuerdos humanos". Lo habían casado en África, le habían disparado y herido y lo habían metido en una caja y en un barco hacia Europa. Entonces dice que cuando estaba atrapado, prisionero, solamente buscaba una salida. Una salida que no había, pero sin esa salida no podía respirar. Me interesa particularmente esto del relato.
-¿Por qué?
-Dice que la salida fue aprender a hablar como los humanos, lo que le permite zafar de su destino en el zoológico y poder ser artista o lo que fuera. Pero encerrado el mono no se da el lujo de pensar la libertad humana. Lo que necesita es crear una salida, inventar una estrategia. Es una necesidad de tipo respiratoria, vital. Tengo la impresión de que nosotros estamos en una situación como esa y por lo tanto no veo lugar ni para el pesimismo ni la impotencia. No es lo mismo imposibilidad que impotencia. La impotencia es un discurso derrotista, pesimista, que nuestros enemigos alimentan en nosotros. La imposibilidad, en cambio, es reconocer la gravedad de un obstáculo para plantearse cómo atravesarlo. Kafka tiene esta frase: "No puedo escribir. Escribo". Me parece extraordinaria. O sea, no sé cómo se resista a esto. No tengo la claridad de eso. No vemos claro, no sabemos cómo es, no disponemos ni de la movilización popular gigantesca, ni de una fuerza física extraordinaria, y sin embargo lo tenemos que hacer. Vamos a tener que pensar, movilizarnos, organizarnos igual. Iremos viendo cómo, pero me parece que la potencia puede surgir de atravesar una imposibilidad. Creo que esa secuencia es la nuestra, mucho más que la confianza inmediata en las potencias previas. Eso me parece muy desolador.
-¿Es desolador porque la sociedad cambió totalmente?
-Bueno, ahí también tenés a Kafka. Cuando Gregorio Samsa se despierta una mañana después de un sueño muy turbulento y se quiere vestir para salir a trabajar, de repente tiene 500 patitas. Y a él igual le gustaría ponerse el saco y salir a trabajar. Pero no puede porque le cambió el cuerpo y cuando te cambia el cuerpo te cambian los afectos y cuando te cambian los afectos también te cambia la manera de pensar. Entonces, hay un tema ahí con la palabra "transformación". Muchas veces el voluntarismo político se aferra muy rápidamente a la idea de que si sos militante y hacés política vas a transformar la realidad. Ok, pero ¿qué pasa cuando la realidad se transformó a tus espaldas mientras vos dormías y al despertar te viste convertido en un insecto repugnante? No lo digo por los militantes sino por el país entero, el occidente entero. Todos aquellos que queremos transformar la realidad vamos viendo cómo a nuestras espaldas se teje un tipo de transformación que nos abarca y nos metamorfosea a una cosa espantosa. En ese punto me parece que Kafka tiene una orientación posible para nosotros: si nos hemos convertido en un bicho que tiene un cuerpo distinto no intentemos ponernos el traje e ir a trabajar. Tratemos de entender cuáles son las nuevas potencias que tienen este cuerpo, estos afectos y esta manera de pensar para reconectar con discursos públicos, con maneras de movernos que nos vuelvan a servir para provocar transformaciones que nos interesen.
-¿Cómo pueden volver a encontrarse la desesperación de las bases y la representación política progresista?
-Es una excelente pregunta. Para mí lo más grave es no hacérsela. Hay una consigna que viene distribuyendo la gente de Ciudad Futura (fuerza política y social de Rosario, constituida posteriormente como partido político local) que me parece muy interesante: "Unidad con renovación de prácticas". Esta idea de renovación de prácticas, además, dicen, viene vinculada a cuidados de los cuerpos, en los barrios, de la vida; cuidados que el feminismo, los movimientos sociales y de derechos humanos supieron en diversos momentos poner en circulación. La idea de que la política pueda ofrecer unidad contra Milei es muy incompleta si no ofrece al mismo tiempo una renovación de prácticas. La otra manera de plantearlo es suponer que en la Argentina puedan volver a darse desde abajo momentos de crisis y apertura, como fueron el 17 de octubre o 2001, es decir, momentos en que la propia sociedad expresa un descontento muy fuerte y restablece los términos de liderazgos políticos nuevos, de formas de decisión política nuevas. Tampoco habría que perderlo de vista como posibilidad.
El 3 por ciento
-¿Cómo analizás el escándalo por las coimas en discapacidad y la caravana fallida de Milei en Lomas de Zamora a la luz del libro?
-Si tuviese que entregar el libro mañana lo de Lomas entraría porque me interesa muchísimo. Siento que lo que podríamos llamar el fenómeno Milei en términos estrictamente políticos, sin considerar ahora qué es la ultraderecha mundial, sin discutir si es fascismo o no, sin discutir la historia de la pandemia, como si lo agarrásemos como hacen los politólogos en la televisión, con un discurso muy lineal y pobre con encuestas y nada más, diría que el mileísmo es un emergente de un proceso previo de mucha humillación a una parte de la sociedad que vio en Milei la capacidad de humillar a la dirigencia política, a una parte progresista y derechista de la clase política argentina, a todo el macrismo y al peronismo. Fue como una suerte de saliente momentánea, oportunidad o instrumento para decir que una parte de la sociedad ya no creía en la palabra de lo que podemos llamar muy genéricamente los políticos. Mientras Milei fue el que decía que todos los demás eran personas cuya palabra no valía nada fue diferente. Lo que está ocurriendo a una velocidad bastante acelerada es que la palabra de Milei tampoco vale nada. Es decir, muy de a poco hay más sectores sociales que empiezan a percibir que esta aura de Milei de ser un poco diferente respecto a la situación de descrédito del lenguaje de la política se está deshaciendo. Esto no quiere decir que se descascare en dos días el Gobierno; eso sería otro nivel de pregunta. Pero esta pérdida de valor de la palabra de Milei que se está dando de una manera tan gráfica, escenificada y visual me parece un fenómeno absolutamente relevante.
Democracia secuestrada
¿Qué sentido le das a la proscripción de Cristina Kirchner en este contexto?
-Es una consecuencia del diagnóstico que ella ya nos había adelantado en diciembre del 2022: un estado paralelo, una Justicia tomada por la mafia y una práctica de las grandes corporaciones económicas que consiste en tomar a los dirigentes populares como mascotas. A partir de ahí para acá se corrobora el diagnóstico y hay una impotencia de quienes apuestan a la democracia y a ocupar instituciones para modificar esa situación. En segundo lugar, las elecciones que hasta este año se han hecho en casi todas las partes del país nos ofrecen una tendencia al ausentismo notable. El tercer elemento que quiero ligar es un activismo social que está defendiendo cosas básicas. Garraham, jubilados, etcétera. Estas tres cosas hay que ligarlas. Marcan muy bien, muy concretamente, en qué consiste el verdadero problema: que la democracia fue secuestrada. Ni las elecciones le hablan ya a una parte importante de la sociedad y las personas que están defendiendo las condiciones elementales de cualquier democracia están siendo agredidas de manera brutal. Son síntomas de un problema que no trajo sino que radicalizó Milei y quizá sobreviva si todo consiste en sacarlo. Tres indicadores de la necesidad de que el debate político y la organización apunten a ir más allá de estos límites, que vienen rigiendo la democracia argentina del '83 al '23.
Nota de Pagina 12 de 31 de agosto de 2025