Cultura | 18 nov 2023
Las mascaras y sutilezas
El nuevo feudalismo digital
El mundo digital bajo el control de una minoría y los fenómenos que produce en la mira de uno de los especialistas en el tema.
Por Aram Aharonian
Que la revolución tecnológica basada en Internet es probablemente la más importante de la historia parece evidente, y que podría servirnos para un gran avance en nuestra sociedad: reducción de horas de trabajo, conservación del medio ambiente, profundización de la democracia, potenciar las relaciones humanas, erradicación de la pobreza y de pandemias, etc.
Y, sin embargo, por primera vez en la historia un grupo reducido de personas tiene la capacidad de dominar el mundo, sin contar con los gobiernos o los parlamentos de países ricos y pobres.
Tenemos derecho a la privacidad, que está siendo conculcado, aunque nosotros colaboramos en ello gustosamente. Vivimos en una sociedad “smartphonecéntrica”, de ahí una nueva patología, la nomofobia, la imposibilidad de vivir sin nuestro móvil.
El reclamo es general: el mundo digital, tal como se desarrolla, exige una legislación en el marco del Estado de derecho y de una sociedad democrática donde se protejan la libertad y los derechos individuales, y para ello es imprescindible un consenso global entre los distintos estados sobre el contenido y los instrumentos de esa regulación, para establecer una cierta armonización y para evitar que las grandes corporaciones tecnológicas se aprovechen de las diferencias entre los países.
Cándido Marquesán Millán acusa a las grandes trasnacionales tecnológicas del gafam (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft) de ser máquinas de fraude fiscal y, sobre todo, de destrucción de la solidaridad, en especial en Europa. Si todos eludiéramos o evadiéramos nuestros impuestos como hacen estas grandes multinacionales, el funcionamiento de la sociedad sería imposible.
¿Cómo se sostendrían las pensiones, la sanidad, la educación, la dependencia pública? Fueron los impuestos públicos los que posibilitaron la financiación para conseguir Internet, sin el cual sus extraordinarias ganancias no existirían, como explica bien Mariana Mazzucato en El Estado Emprendedor.
Resulta interesante que la Comisión Independiente para la Reforma de la Fiscalidad Corporativa Internacional (icrict), tenga por objeto promover el debate sobre la reforma del impuesto a las sociedades a nivel internacional, mediante una discusión lo más amplia e incluyente posible de las normas fiscales internacionales; considerar las reformas desde la perspectiva del interés público mundial en vez del nacional; y buscar unas soluciones fiscales justas, eficaces y sostenibles para el desarrollo.
Hay un nuevo tipo de trabajo, al que llaman “computación humana”: son trabajos que empiezan y terminan online y que consisten en cualquier tipo de tarea que pueda ser administrada, procesada, efectuada y pagada en línea. El problema es que invisibilizan la labor de cientos de millones de personas, como reporta el informe de la Organización Internacional del Trabajo (oit) Las plataformas digitales y el futuro del trabajo. Cómo fomentar el trabajo decente en el mundo digital de 2019.
Asimismo, se deberían proteger los derechos laborales frente a la invasión digital de nuestras actividades profesionales. La desconexión digital de los trabajadores fuera de su horario laboral es imprescindible. E igualmente la protección de su intimidad ante el abuso de dispositivos digitales o sistemas de geolocalización en el trabajo.
El libro La manada digital. Feudalismo hipertecnológico en una democracia sin ciudadanos, de Josep Burgaya, subraya los grandes peligros a nivel político, social, económico y educativo, como consecuencia de una legislación inadecuada o inexistente del mundo digital online. Se requiere una Ley General de Internet, que establezca derechos, garantías y prohibiciones, para que se convierta en un mundo civilizado al servicio de toda la sociedad en su conjunto.
Por otra parte, es imprescindible una definición clara de los derechos de propiedad en la Red, para impedir la apropiación, auténtico expolio, y el comercio de datos privados; como también el derecho a la propiedad absoluta sobre el software y hardware que se compran, prohibiendo el acceso y el control de aquellos que, en teoría, nos los han vendido. Así como la prohibición de las cookies, nuestros vigilantes en la red.
Irrumpe así, en el novísimo mundo de las redes, un tema antiguo: el derecho a no dejar huellas en un mundo donde Google lo recuerda todo. Debe protegerse jurídicamente el derecho al olvido para borrar todo lo que hemos hecho pasado un tiempo y que no nos condicione toda nuestra vida. Un derecho que, a pesar de ser aprobado por el Tribunal Superior de Justicia de la UE en 2014, la mayoría de las solicitudes han sido desestimadas por Google, con la excusa de su “interés público”, señala Marquesán.
Asimismo, la protección a los menores es crucial, y salvo declaraciones de intenciones se ha hecho muy poco. Los menores tienen acceso a contenidos violentos, pornográficos y apuestas deportivas… Intercambian imágenes y vídeos de contenido sexual. Luis Arenas, en su libro Capitalismo cansado. Tensiones (Eco) políticas del desorden global, señala lo inquietante del uso de la pornografía en red cara a la futura socialización sexual a la que se han de enfrentar las generaciones más jóvenes.
Según un estudio de la Universidad de Middlesex, hay un alto porcentaje de jóvenes varones que creen tener derecho a sexo en cualquier momento, en cualquier lugar, de cualquier modo y con cualquiera que lo deseen: es decir, creen tener derecho al sexo bajo el formato exacto en que se lo ofrece la pornografía digital. En Japón, que es el segundo país consumidor de pornografía en el mundo tras Estados Unidos, más de un tercio de los varones entre 16 y 19 años no están interesados en el sexo o manifiestan claramente su aversión hacia él. Pero los adolescentes no solo se limitan a consumir pornografía: no pocos se convierten en improvisados productores de imágenes sexuales.
El sexting, el intercambio privado de textos, imágenes y vídeos de contenido sexual por medio de los teléfonos móviles, proliferan cada vez más. Son fechorías sexuales grabadas para ser divulgadas con auténtico fervor entre los amigos.
Por último, hay que adaptar la legislación electoral a la existencia del mundo digital. Se debe proteger a los ciudadanos electores de las inmensas posibilidades de manipulación política, que se han puesto de manifiesto con Donald Trump, con el Brexit o con Jair Bolsonaro, las extremas derechas expertas en el uso de las redes sociales para sus campañas electorales y difusión de sus mensajes.
Con el uso de datos personales, campañas instrumentalizadas desde plataformas digitales, la posverdad, los bots dirigidos desde países remotos, las elecciones se convertirán solo en un espectáculo si no se legisla al respecto, y la democracia corre peligro de convertirse en una pura farsa.
La infocracia
El filósofo coreano Byung-Chul Han, analista del individuo autoexplotado, nuevo sujeto histórico del capitalismo, señala que el “régimen de la información” ha sustituido al “régimen disciplinario”. De la explotación de cuerpos y energías analizados por Michel Foucault se pasó a la explotación de los datos. “Hoy vivimos presos en una caverna digital aunque creamos que estamos en libertad”, dice, recordando a Platón.
El autor de La sociedad del cansancio afirma que la gran hazaña de la infocracia es haber inducido en sus consumidores/productores una falsa percepción de libertad. Y concluye que “el intento de combatir la infodemia con la verdad está condenado al fracaso. Es resistente a la verdad”.
La gran hazaña de la infocracia es haber inducido en sus consumidores/productores una falsa percepción de libertad. La paradoja es que “las personas están atrapadas en la información. Ellas mismas se colocan los grilletes al comunicar y producir información. La prisión digital es transparente”. Es precisamente esa sensación de libertad la que asegura la dominación. Actualiza, por último, el mito platónico: “Hoy la señal de detentación de poder no está vinculada con la posesión de los medios de producción sino con el acceso a la información, que se utiliza para la vigilancia psicopolítica y el pronóstico del comportamiento individual”, añade.
Han sostiene que en esta sociedad marcada por el dataísmo, lo que se produce es una “crisis de la verdad”, nuevo nihilismo que no supone que la mentira se haga pasar por verdad o que la verdad sea difamada como mentira. Más bien socava la distinción entre verdad y mentira.
Y se refiere a las recientes épocas donde dominaba la televisión, a la que define como un “reino de apariencias”, pero no como “fábrica de fake news”. “Degradaba las campañas electorales hasta convertirlas en guerras de escenificaciones mediáticas, donde el discurso era sustituido por un show para el público”. En la infocracia, por el contrario, las disputas políticas no degeneran en un espectáculo sino en una guerra de información.
Las noticias falsas son, ante todo, información, que corre más que la verdad y por eso el intento de combatir la infodemia con la verdad está, pues, condenado al fracaso. Es resistente a la verdad, dice: “La verdad se desintegra en polvo informativo arrastrado por el viento digital”.
Han afirma que el sujeto del régimen de la información no es dócil ni obediente; se cree libre, auténtico y creativo, se produce y se realiza a sí mismo; es simultáneamente víctima y victimario. En ambos casos el arma utilizada para esta era del hombre-masa es el teléfono digital.
“El habitante del mundo digitalizado ya no es ese ‘nadie’. Más bien es alguien con un perfil, mientras que en la era de las masas solo los delincuentes tenían un perfil. El régimen de la información se apodera de los individuos mediante la elaboración de perfiles de comportamiento”, señala el filósofo coreano.
Se trata de una revolución en los comportamientos que excluye toda posibilidad de revolución política: “En la prisión digital como zona de bienestar inteligente no hay resistencia al régimen imperante. El ‘like’ excluye toda revolución”.
Tribalización de la red
En tiempos de microtargeting electoral se produce un fenómeno paradojal: la tribalización de la red. Para Han, “la comunicación digital como comunicación sin comunidad destruye la política basada en escuchar”, ya que en el viejo proceso discursivo los argumentos podían “mejorarse”, en tanto ahora, guiados por operaciones algorítmicas, apenas se “optimizan” en función del resultado que se busca.
Es la derecha la que más capitaliza este fenómeno de tribalización de la red: “La democracia digital en tiempo real es una democracia presencial”, que pasa por alto su ámbito natural de representación: el espacio público. Así se llega a una “dictadura tribalista de opinión e identidad”. El sujeto autoexplotado de la sociedad del cansancio, el habitante voluntario de la sociedad transparente, el individuo que se entrega a la sociedad paliativa, también se somete, concluye Han, a la fórmula del régimen de la información: “nos comunicamos hasta morir”.
*Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Creador y fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).
Capítulo del libro “El asesinato de la democracia” (Ediciones Ciccus, 2023)
Nota de la pagina Nodal de 29 de septiembre de 2023