viernes 28 de junio de 2024 - Edición Nº1396

Internacional | 22 jun 2024

Terror sionista

La Nakba: el origen de todo, el silencio omnipresente


Por Miguel Ibarlucía

Las bombas y los misiles caen sobre la población de Gaza mientras Israel invade su pequeño territorio corriendo a niños, mujeres y varones hacia la pequeña frontera con Egipto, anuncia incluso su expulsión, y los medios occidentales hablan todo el tiempo de una guerra Israel-Hamas cuyo inicio habría sido el atentado de Hamas en el territorio bajo control de Israel con casi 1.200 muertos, muchos heridos y una gran cantidad de rehenes. Oímos decir que Israel tiene derecho a defenderse y por lo tanto su acción es legítima, que sólo debe controlar sus acciones evitando una muerte por hambruna de esa población pero no su bombardeo o expulsión.
Ningún medio nos dice que el derecho a defenderse es de quien no agrede primero y que Israel no sólo agredía a la población de Gaza durante su sitio permanente, por aire mar y tierra desde 2006, luego de su retirada unilateral de ese territorio, sino también desde 1967 cuando ocupó toda la Franja de Gaza hasta ese momento administrada por Egipto y aún más desde 1948 cuando expulsó a la población palestina para apoderarse de todo el territorio del Mandato Británico. Gran parte de la población de la ciudad árabe de Jaffa fue obligada a mudarse a la Franja para evitar ser masacrados.
Está fuera de discusión el repudio que nos merece un atentado como el cometido por Hamas el 7 de octubre, atentado que cabe calificar de terrorista no por cometerse contra el Estado de Israel sino por afectar y producir víctimas entre la población civil israelí, aun cuando dicha población ocupe un territorio que le corresponde por derecho al pueblo palestino.


1917: Gran Bretaña entra en escena


¿Cómo es esto? Los británicos ocuparon Palestina en diciembre de 1917, en el marco de su guerra con el Imperio Otomano y prontamente desarrollaron una política tendiente a promover  la inmigración judía a ese territorio donde éstos eran una ínfima minoría. ¿Cuáles fueron los motivos de esta decisión si tenemos en cuenta que el movimiento sionista que proponía la creación de un Estado judío allí era muy minoritario entre los judíos de todo el mundo? Hay varias conjeturas. La primera es que quiso evitar una alianza de ese movimiento con Alemania ya que allí la comunidad judía era muy numerosa y poderosa económicamente. La segunda es que de esta forma se sacaba a los judíos de encima, propósito común en los países europeos. Y la tercera –y más probable- es que un pequeño Estado aliado próximo al Canal de Suez era de vital importancia estratégica. Un lobby prosionista encabezado por un periodista llamado Herbert Sidebotham del Manchester Guardian así lo proponía.
Sin embargo la Declaración Balfour, emitida en noviembre de 1917 por el Reino Unido, favorable a ese propósito, no hablaba de la creación de un Estado sino de un hogar nacional –“a national home”- y otro tanto decían el Tratado Versalles y el Mandato Británico sobre Palestina que el Congreso de Versalles aprobó en 1922. Es decir, que los judíos podían instalarse allí pero integrarse con la población local sin crear un Estado propio como lo hicieron en tantos países del mundo, entre ellos el nuestro. No era ese el propósito del movimiento sionista. Ellos querían un Estado propio, un Estado judío, con símbolos, idioma, cultura y tradición judía. Por ello, desde el primer momento no buscaron la integración y planearon la expulsión -la llamaban “transferencia”- de la población local formada por árabes, tanto musulmanes como cristianos. No querían ser minoría en un Estado palestino, de mayoría árabe, porque habían sido minoría en todos los países en los que habían habitado. Ellos se inspiraron en el ejemplo del tratado greco turco posterior a la guerra entre ambos países, por el que se expulsó a los griegos –aproximadamente 1.400.000- de Turquía y a los turcos –unos 700.000- del territorio griego. Los habitantes de esas regiones fueron tratados como ganado, sin derecho alguno a sus viviendas, sus fincas, sus comercios. Todo ello en aras de la pureza, base de un Estado étnico homogéneo.
Los sionistas crearon una consigna, la del “trabajo hebreo”: los empleadores judíos no debían tomar empleados árabes ni los kibutzim integrar en ellos a los campesinos palestinos. Éstos fueron advirtiendo los verdaderos propósitos de los recién llegados y comenzaron los enfrentamientos en 1920, 1930 y finalmente con la gran huelga de 1936 que duró seis meses, seguida de la resistencia armada en las áreas rurales durante tres años hasta que fue derrotada por el Imperio Británico con cerca de 5.000 muertes.
La Segunda Guerra Mundial produjo una breve tregua en los enfrentamientos, pero apenas finalizada la misma se reiniciaron. Los sionistas habían organizado tres grupos armados. La Haganah, más moderada, ligada al Partido Mapai, de tinte laborista y con base en los kibutzim. El Irgun y el Lehi o Banda Stern, francamente terroristas y brazos armados del Partido Revisionista, de derecha. Mientras estos dos últimos grupos también dirigieron sus acciones contra el Reino Unido, el Mapai se volcó a obtener el apoyo de la comunidad judía de Estados Unidos y a través de ella de dicho Estado. Ya todos proclamaban abiertamente “la transferencia”, es decir la expulsión de los palestinos.


1947: Las Naciones Unidas responden al llamado


En 1947 Gran Bretaña, cuyo mandato había caducado al disolverse la Sociedad de las Naciones –y por lo tanto debía llamar a elecciones y entregar el país a sus habitantes-, pidió a la recientemente creada Naciones Unidas que resolvieran el problema. Las Naciones Unidas –controladas obviamente por los países occidentales- creó una comisión especial, la UNSCOP, que debía dictaminar sobre la solución al conflicto y, como no podía ser de otra manera, esta comisión recomendó partir el territorio entre un Estado Judío al cual se le adjudicaba el 54% del territorio –pese a ser éstos el 32 % de la población, la mayoría recién llegados- y un Estado árabe con el 45 % -aunque eran el 68 %-, como puede verse en el mapa 1. El otro 1 % correspondía a la ciudad de Jerusalén, que se constituía en un “corpus separatum”, una ciudad autónoma dependiente de Naciones Unidas gobernada por un alcalde o un cuerpo especial elegido por sus habitantes, todo ello con el fin de conservar la ciudad venerada por las tres religiones monoteístas.
Los palestinos rechazaron la propuesta –que estaba revestida de resolución- y los judíos sionistas dijeron aceptarla, pero se largaron a conquistar todo el territorio de la Palestina del Mandato británico y principalmente Jerusalén.

1948: La Nakba

¿Cómo? Ingresando en las aldeas y las ciudades con sus fuerzas de choque, la Haganah, el Irgún y la Stern, que sembraban el terror y procuraban el abandono del lugar por sus habitantes, todo ello en ejecución de un plan, el Plan Dalet diseñado por la Agencia Judía de Palestina. El 9 de abril de 1948 ingresaron en la aldea de Deir Yassin, a sólo 18 km de Jerusalén, cometiendo una masacre de aproximadamente 120 personas. Los aldeanos huyeron. El hecho fue denunciado por las radios árabes acelerando de este modo la estampida y dejando el campo libre para los sionistas que pocos días después, el 21 de abril sembraron el terror en la ciudad de Haifa, en el Norte, expulsando a los palestinos y apoderándose de sus barrios y viviendas. En total, siguiendo a Ilan Pappe, el gran historiador israelí, que escribió un libro señero, La limpieza étnica de Palestina, la Nakba o catástrofe palestina, implicó:
1.    Entre 700.000 y 800.000 expulsados;
2.    Treinta y una masacres colectivas, entre ellas la antes aludida de Deir Yassin;
3.    Más de 530 aldeas destruidas;
4.    Diez ciudades devastadas (Tiberíades, Haifa, Safed, Acre, Baysan, Jaffa, Lidda, Ramleh, Nazaret y los barrios Norte y Oeste de Jerusalén)
5.    El confinamiento en un ghetto de los palestinos subsistentes en Haifa;
6.    8.000 prisioneros en campos de concentración sometidos a trabajos forzados;
7.    La usurpación de viviendas palestinas y el saqueo de sus bienes y
8.    La confiscación de tierras y comercios que fueron traspasados al Fondo Nacional Judío para ser adjudicados a nuevos inmigrantes judíos.
El 14 de mayo un número de más de cuarenta entidades judeo-sionistas, ante la inminencia de que la ONU declarara a Palestina un territorio bajo fideicomiso de la misma, se apresuraron a proclamar el Estado de Israel e inmediatamente cinco países lo reconocieron: Estados Unidos, la Unión Soviética, Uruguay, Guatemala y Sudáfrica. Los países árabes vecinos, urgidos por sus pueblos, ingresaron en Palestina –véase mapa 2- para evitar que los sionistas la conquistaran en su totalidad, desatándose así la primera guerra árabe-israelí. Egipto, Transjordania, Líbano, Siria, Irak, Arabia Saudita y Yemen, habían obtenido su independencia poco tiempo antes –Líbano y Siria recién en 1946- y poseían ejércitos endebles –salvo Transjordania- formados muchos de ellos por presos liberados. No obstante, comenzaron imponiéndose, logrando principalmente impedir que Israel se apoderara de toda Palestina. Fue entonces cuando la ONU impuso una tregua en julio de 1948 con el propósito declarado de lograr un acuerdo. Israel aprovechó la tregua para armarse de una aviación, con el apoyo económico de la comunidad judía estadounidense, y surtirse de ametralladores que le proporcionó Checoslovaquia, controlada por la URSS. La ONU designó como mediador al Conde Folke Bernadotte, diplomático sueco que había ayudado a 31.000 judíos a huir del nazismo. Bernadotte exigió el retorno de los palestinos emigrados como condición de un acuerdo y fue rápidamente asesinado por la Banda Stern. Reanudada la guerra, Israel venció rápidamente a sus adversarios imponiendo a principios de 1949 líneas de armisticio que dejaban en su poder el 78 % de la Palestina del Mandato británico. Egipto conservó la Franja de Gaza, reducida en tamaño en comparación con el plan de partición de la ONU y Transjordania mantuvo el control del territorio de Cisjordania, también reducido. Israel se apoderó de toda la Galilea occidental, fronteriza con Líbano. De este modo sólo el 22 % de Palestina quedó en manos árabes.

Párrafo aparte merece Jerusalén. Los sionistas intentaron desde el primer momento tomarla, pese a su población mayoritariamente árabe, pero el Rey de Transjordania –que según algunos autores había acordado partirse Palestina con Israel- puso todos sus esfuerzos en evitarlo. Se libraron en sus calles los más feroces combates y finalmente Israel conservó la parte occidental de escasa importancia y Transjordania la oriental, la más significativa desde el punto de vista simbólico ya que en ella se encuentran los lugares sagrados de las tres religiones monoteístas: el Muro de los Lamentos (judaísmo), el Monte los Olivos, el Gólgota y el Santo Sepulcro (cristianismo) y la Explanada de las Mezquitas o Monte del Templo con la Mezquita de Al Aqsa y las cúpulas de la Roca y la Cadena (islamismo). Transjordania –convertida en Reino de Jordania en 1949- retuvo así una importante extensión de Palestina,  incluidos los territorios  donde históricamente tuvieron lugar los reinos hebreos de Judea y Samaria, lo cual para Israel era inaceptable. En 1967 el Estado sionista conquistaría finalmente todos esos territorios, Jerusalén Oriental y la Franja de Gaza.

La mano de Occidente

El crimen occidental es el nombre de un libro de la ensayista francesa Viviane Forrester en el que acusa a los países occidentales de ser los responsables del prolongado conflicto en Medio Oriente y de la tragedia sufrida por el pueblo palestino, desde su inveterada judeofobia hasta el papel de Gran Bretaña en 1948 pasando por la negativa de la mayoría de ellos a conceder visas a los judíos que huían de la Alemania nazi. 

La activa complicidad de los países occidentales se torna evidente en muchos otros hechos. En 1947 aún era incipiente el proceso de descolonización y las Naciones Unidas estaban compuestas por cincuenta y seis países de los que sólo diecisiete no pertenecían a Europa o América. La UNSCOP estaba compuesta por once países de los cuales nueve -Australia, Canadá, Checoslovaquia, Guatemala, Países Bajos, Perú, Suecia, Uruguay y Yugoslavia- pertenecían al mundo occidental y sólo dos – India e Irán- no lo hacían. Fueron ocho de los nueve los que recomendaron la partición de Palestina. Sólo Yugoslavia junto a India e Irán se opusieron a ella recomendando un Estado binacional. En la votación de la Asamblea General los países de América y Europa –incluida la URSS- votaron a favor acompañados por Filipinas y Liberia. Los países árabes votaron en contra junto a Grecia y Cuba. Diez se abstuvieron, entre ellos la Argentina.

Apenas proclamado, el Estado de Israel fue reconocido, como ya indicamos, por Estados Unidos, la Unión Soviética, Uruguay, Guatemala y Sudáfrica, pero al año siguiente lo hicieron los demás países europeos y americanos, entre ellos el nuestro, pese a que era el fruto de una guerra de conquista por las armas, procedimiento expresamente prohibido por la Carta de las Naciones Unidas en su artículo segundo. La propia Naciones Unidas admitió a Israel en su seno el 11 de mayo de 1949, como “estado amante de la paz”, mediante su Resolución 273. La misma citaba la Resolución 194/48 que reconocía el derecho de los palestinos expulsados –llamados refugiados- a regresar a sus hogares tomando nota de las explicaciones de Israel respecto de su ejecución, resolución que siempre se negó a cumplir. Al firmarse en 1949 los armisticios, Israel se apoderó del 78 % de Palestina, en flagrante contradicción con la Res. 181 de la ONU que proponía otorgarle el 54 %, pese a lo cual fue admitido en su seno y reconocido por los países occidentales.

Se torna patente la complicidad de los mismos con un Estado que violó todas las normas del derecho internacional sancionado con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, derecho que tuvo por objeto evitar nuevas guerras y suprimir para siempre el derecho de conquista. Por el contrario, la creación del Estado de Israel en Palestina, previa limpieza étnica de dos tercios de su población, sólo ha traído al mundo setenta y seis años de guerra, muerte, desolación y un justo resentimiento en el mundo árabe y en el Islam con Occidente, ya que éste proclama los derechos humanos que no respeta sino que viola y protege a quienes los violan. 

Un Estado étnico de esencia racista

Como dijimos antes los sionistas no querían compartir Palestina con comunidades no judías. Temían continuar siendo una minoría como lo habían sido en Europa y, por sobre todo, querían un Estado claramente identificado con la tradición judía en el que dicha religión constituyera su esencia y le otorgara sus símbolos: la estrella de David, el respeto del sábado –shabat- como día de descanso, la prohibición del consumo de cerdo y muchas más. De allí que planearon la expulsión de la mayoría de los palestinos para constituir un Estado judío donde los no judíos fueran una minoría sin mayor peso. Un Estado claramente étnico. 

Apenas instalado Israel adoptó varias resoluciones que consolidaron ese carácter. La primera de ellas fue aprobar la Ley del Retorno por la cual cualquier judío de cualquier lugar del mundo podía migrar a Israel y apenas llegado recibía la ciudadanía israelí. La segunda establece que el estatuto de las personas, básicamente su estado civil (soltero, casado, divorciado), se regiría por la ley religiosa (la Hajalah) lo que implicaba que no existiera el matrimonio civil sino sólo el matrimonio religioso. Al día de hoy no existe matrimonio civil en Israel, al menos para los judíos. La tercera es la identificación de las personas en su documento según su religión: judío, cristiano o musulmán de modo tal que conforman conjuntos distintos de individuos aun cuando todos sean ciudadanos. La nacionalidad, sin embargo, les está reservada a los primeros.

La cuarta, la imposición de los tabúes alimentarios de orden religioso (el kasherut) a toda la población. La quinta, el pacto con el rabinato para financiar la educación religiosa como educación pública. La judaización de los nombres de los lugares –aldeas, valles, caminos- suprimiendo los nombres árabes. 

Pero lo más trascendente fue la política hacia los palestinos, ya sea los expulsados o los remanentes. Estos últimos fueron colocados bajo jurisdicción militar por muchos años. Los expulsados que hubieran salido de sus hogares antes del 1 de Septiembre de 1948 fueron declarados ausentes y sus tierras transferidas al Fondo Nacional Judío para ser entregadas a inmigrantes judíos. De este modo se “redimía” la “Tierra de Israel” al pasar de manos no judías a judías. Simultáneamente Israel se negó a acatar la Res. 194/48, es decir permitir el regreso de los mismos o indemnizarlos por la pérdida de sus propiedades. El argumento fue que si se permitía se perdía la mayoría judía. El embajador ante la ONU, Abba Eban, de origen sudafricano, se opuso a 

“la reinstalación de los refugiados en los lugares de los cuales huyeran, creando así un gran problema de minorías y una posible amenaza a la paz y a la estabilidad internas, y también colocando a masas de árabes bajo el dominio de un gobierno que comprometiéndose a una ilustrada política hacia las minorías, no es afín a tales árabes ni en lenguaje, ni en cultura, ni en religión, ni en instituciones sociales y económicas”. 

Eban descontaba que iban a ser una minoría, lo que es falso ya que si retornaban todos iban a ser mayoría, lo que Israel no estaba dispuesto a aceptar. Pero lo esencial es que el argumento es básicamente étnico: ellos son diferentes, no podemos convivir si son muchos, no pueden volver. Cierto es que son múltiples los ejemplos de dificultades en la convivencia de comunidades étnicamente distintas pero ello no priva a los miembros de ninguna de ellas de su derecho a su vivienda y su lugar de trabajo. Israel, a través de su embajador, pasaba por alto, con la complicidad de la mayoría de los Estados representados en Naciones Unidas, el art. 13.2 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 según la cual 

“Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país”.

Si los derechos de una persona dependen de su condición étnica, nos encontramos ante un Estado de clara esencia racista.

¿A qué llamamos Nakba? 

Al Nakba significa la catástrofe. Fue un término utilizado por primera vez en agosto de 1948, mientras estaba sucediendo, por el periodista sirio Constantine Zureyk en su obra El significado del desastre, para designar justamente la tragedia que estaba viviendo el pueblo palestino al ser expulsado de su tierra por una comunidad de inmigrantes respaldada por los países occidentales. Como dice Salman Abu Sitta: 

“La Nakba palestina es un caso sin par en la historia. Un país ocupado por una minoría extranjera, vaciado casi por completo de su pueblo, arrasadas sus referencias físicas y culturales, aclamada su destrucción como si se tratase de un milagroso acto divino y una victoria para los valores propios de la libertad y la civilización, todo ello en virtud de un plan premeditado, meticulosamente ejecutado, apoyado financiera y políticamente desde el exterior y aún en vigor. Se trata sin duda de un caso único”.

La conquista de Palestina por el movimiento sionista es, efectivamente, un caso único. El colonialismo se desarrolló ya sea para apoderarse de los recursos naturales de los países conquistados, o para explotar su mano de obra o, como sostienen algunos autores, para alimentar el orgullo de los países centrales exacerbando el nacionalismo de su población. El caso de Israel es distinto. Palestina no era rica en recursos naturales ni su población fue aprovechada como mano de obra barata sino al contrario, expulsada en su mayoría. El apoderamiento de Palestina para establecer allí un Estado para una  minoría étnica rechazada en Europa fue el fruto de una alianza política entre una potencia colonial y un movimiento nacionalista de base religiosa surgido al interior de esa minoría. Sólo el activo apoyo de Gran Bretaña hizo posible la conquista, fomentando la inmigración, reprimiendo la resistencia, permitiendo que se armarán bandas paramilitares y cruzándose de brazos cuando éstas ejecutaron lo que Ilan Pappe ha llamado la limpieza étnica de Palestina. Pero Gran Bretaña no estableció una colonia. Surgió un Estado independiente, débil al principio pero cada vez más fuerte a medida que se cimentaba su alianza con los Estados Unidos. Finalmente el pequeño nuevo Estado ha terminado dirigiendo la política exterior de la gran potencia para el Medio Oriente. Como dice Maxime Rodinson, Israel no es una colonia pero sí es un hecho colonial, porque fue producto de la acción deliberada de la potencia británica después de la Primera Guerra Mundial.

Los tan famosos “refugiados” palestinos vienen a ser, como dijimos, en realidad “expulsados” y es en esa verdad histórica, imposible ya de ocultar, dónde radica la causa y el origen del conflicto. La negación de esa verdad torna ilusorio hallar una solución. Como dice Pappe: 

“Solo afrontando los acontecimientos de 1948, reconociéndolos y honrando la memoria de sus víctimas habrá una oportunidad de genuina reconciliación en Palestina e Israel”.

Pero esa causa original es constantemente ignorada, silenciada, ocultada, ya sea por el periodismo como por historiadores y ensayistas para los cuales el conflicto se habría iniciado en 1967 con la Guerra de los Seis Días y el consiguiente apoderamiento de Cisjordania y Gaza, postura compartida por muchos de los que defienden a Palestina y hasta por sus representantes políticos. Sin embargo, uno de los obstáculos principales –si no el principal- para todo acuerdo de paz siempre ha sido el problema de los “refugiados” y su derecho al retorno –a sus hogares, sus tierras, sus medios de vida-sistemáticamente negado por Israel, y ese problema se originó en 1948 cuando se ejecutó en forma planificada y sistemática la Nakba del pueblo palestino.

Por Miguel Ibarlucía[8]

Imagen del artista palestino Ismail Shammou

Nota Publicada en Dossier, Guerra y genocidio en Palestina: colonialismo y resistencias en tensión

[1] Pappe, Ilan, La limpieza étnica de Palestina, Crítica, Barcelona, 2008.

[2] Forrester, Viviane, El crimen occidental, Fondo de Cultura Económica, México, 2008.

[3] Véase cuadro.

[4] Eban, Abba, La Voz de Israel, Losada, Buenos Ares, 1958, pag. 33.

[5] Citado por Nur Masalha en El problema de los refugiados palestinos 60 años después de la Nakba en Documentos de trabajo de Casa Árabe (Madrid: Casa Árabe) Nª 8, 2011.

[6] Pappe, Ilan, Los demonios de la Nakba, Editorial Canaán, Buenos Aires, 2004, p. 10.

[7] Véase al respecto Ibarlucía, Miguel Eligiendo el lado del opresor en El negacionismo de la Nakba. Notas sobre la cuestión de Palestina y en defensa del antisionismo. Nueva Editorial Canaán, Buenos Aires, 2023.

[8] Abogado, Lic. en Historia, Profesor de la Cátedra Libre Edward Said de Estudios Palestinos, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos aires. Autor de Israel, Estado de conquista, Editorial Canaán, Buenos Aires 2012 y otros trabajos.

 

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