

Por Oscar Muñoz (*)
Llegó a la cita convocado por el director de arte, sin tener demasiadas pistas. Armando Fernández era uno de los guionistas de historieta más valorados en la estructura industrial de Editorial Columba, por su ductilidad y capacidad de trabajo, y tenía varias series a su cargo. Pero no se imaginaba que iba a encontrarse justamente con el autor que había revolucionado el género, interesado en desarrollar y continuar las andanzas de tres de sus personajes, Argón, el justiciero, Kabul de Bengala y los detectives privados de Tres por la Ley.
“Si sabía, llevaba una cámara para sacarme una foto”, recordó Fernández muchos años después su encuentro personal con Héctor Germán Oesterherld, creador de El eternauta, por quien sentía una gran admiración.
Hacia 1972, el desembarco de HGO en la sólida editorial que tiraba semanalmente cientos de miles de ejemplares de sus títulos emblemáticos (las revistas El Tony, D’Artagnan y Fantasía, además de Intervalo, destinada al público femenino) era consecuencia de su necesidad económica. Colapsado años atrás su propio emprendimiento, la Editorial Frontera, debido a la mala fe de dueños de imprenta que duplicaban clandestinamente sus ediciones y a la deficiente administración propia, Osterherld puso su talento y prestigio en publicaciones de distinto signo y orientación.
A pesar de la malograda remake de El eternauta (1969) con dibujos de Alberto Breccia para la revista Gente (Atlántida), que provocó una andanada de críticas por su estilo plástico vanguardista y revulsivo para un público conservador, y su anticipada conclusión, Oesteherld continuó colaborando regularmente en la editorial de los Vigil, mayormente con series dirigidas al público infantil de Billiken.
Pero estaba claro que el Maestro, como se lo reconocía en el ambiente, no llegaba a Columba para limitarse a pedir prestada tal o cual producción en marcha.
Enseguida, comenzó a desplegar su oficio en nuevos títulos, que remitían a sus clásicos parámetros humanistas, pero con una extensión mayor, para acoplarse al formato de “novela gráfica” que campeaba en su nuevo medio.
Pasen y lean.
Surcando el mar Caribe, a bordo del “Caimán negro”, los lectores compartían deleitables peligros con Roland, el corsario. La voz narrativa, como solía suceder, descansaba en el personaje secundario, en este caso el primo Gaspar, que relegaba sus estudios en ciernes para integrarse naturalmente a una tripulación de piratas de buen corazón. Distintos dibujantes contribuyeron con sus plumines a poblar de color las páginas de la revista Fantasía, en escenas trepidantes de vértigo. Lealtades repartidas entre España y Francia, en pleno período colonial, instalan el clima de época.
Dos series bélicas, en el ascético blanco y negro de las páginas interiores de las publicaciones de Columba, abrían el espectro a ambos bandos en pugna en la Segunda Guerra Mundial.
Si la Brigada Madeleine reflejaba las penurias de un cuerpo de Ejército de la Francia Libre, los Caballeros del desierto (firmada con el seudónimo Héctor Sánchez Puyol) ponía en foco a las tropas de Rommel en la campaña del norte de África. Solo el antibelicismo de Oesterheld explica esta rareza casi provocativa: que los alemanes, eternos malos de la película y la historieta, fueran tratados con la misma comprensión y piedad que sus enemigos.
Killroy es una serie del Oeste, en la que el cowboy principal comparte secuencia con un trampero, Reno, y un indio navajo, Numokh (guiño cómplice al personaje homónimo de Ticonderoga, dibujada por el gran Hugo Pratt en los años felices de Editorial Frontera). Más adelante, el grupo se completaría con el arribo de un periodista del Este en busca de historias exóticas, que asume la tercera persona del relato. Aquí tambiérn HGO se enmascara con seudónimo a tono: Joe Trigger.
Como su nombre lo indica, Vikings es una saga escandinava. El joven Corval creció como pupilo en un convento, hasta que descubre que es heredero de un palacio y un ejército, pero no quiere asumir el mandato de saqueo y violencia que le exige su estirpe. Al mando de una tropa fiel, sale a recorrer los mares en busca de nuevas aventuras, despojado del mandato familiar.
Haakon es una creación singularísima, que conjuga la ciencia ficción y el policial de misterio. Su héroe es un vikingo viajero que estudió filosofía y técnicas de combate marcial en el Himalaya y durmió por siglos. Cuando unos criminales tratan de destruir su momia, un científíco y su ayudante se interponen y ayudan a Haakon a volver a la vida. En el devenir, el vikingo y el científico conforman un equipo para enfrentar a la temible organización.
Cerca de la revolución
De las series tomadas prestadas, Argón y Kabul, ambas transcurren en una era poco abordada por HGO (el episodio de las Termópilas en Mort Cinder) y con reminiscencias de Nippur de Lagash, el emblemático personaje creado por Robin Wood, guionista insignia de la editorial. Los separaban no un abismo, sino varios. Generacional, ideológico y de origen.
Nacido en una colonia irlandesa en el alto Paraná, enclavada en el territorio de Paraguay, Robin vivió una adolescencia y primera juventud durísimas, entre el monte y precarios empleos industriales en Buenos Aires, hasta que su voracidad lectora y un talento innato le cambiaron la suerte. Las pretensiones intelectuales y los ideales revolucionarios que mentaban a la clase obrera lo enfermaban, a él, que conocía las fábricas desde adentro.
Resulta revelador contrastar los personajes y el tratamiento temático característicos de ambos. Muchos de los héroes de Robin son seres autosuficientes y en el fondo solitarios, como el irlandés agente secreto del MI5 británico Dennis Martin, especie de alter ego del autor.
En la obra de HGO, prevalece el héroe colectivo (concepto repetido hasta el hartazgo y el vaciamiento de contenido, durante la promoción de la serie de El eternauta), una versión que se reitera desde su primer éxito, Bull Rocket (1952), un piloto de pruebas, bastante convencional en su formato, y adquiere ribetes costumbristas en esa barra del barrio que acompaña las aventuras espaciales de Rolo, el marciano adoptivo (1957).
Distanciados también por el destino, Robin pasó gran parte de su vida viajando por el mundo y residió muchos años en Copenhague (Dinamarca), donde se casó y tuvo cuatro hijos. Falleció en 2021 en su casa de Encarnación (Paraguay).
Mientras tanto, Oesterheld profundizaba en el país su militancia revolucionaria junto a sus hijas, con las que comparte su mismo y trágico final.
Desapareció en La Plata, en abril de 1977. Después de pasar por varios centros clandestinos de detención, fue asesinado, presuntamente, a comienzos de 1978.
Allá lejos y hace tiempo
En rigor, no era la primera vez que HGO ponía su oficio al servicio de Columba. Incluso en épocas más prósperas y promisorias, cuando todavía conducía su propia editorial, escribió los guiones para sendas series de su creación, Burt Zane y Star Kenton.
Por entonces, finales de los años 50, la revista El Tony, de aparición semanal, contenía mayormente series extranjeras clásicas como el Agente Secreto X-9 y Steve Canyon, de Alex Raymond y Milton Caniff, dos próceres del género. Se publicaba en blanco y negro, con atractivas (hoy nostálgicas) portadas en blanco y marrón, ilustradas a cuadritos, que continuaban en el interior.
Burt Zane es un abogado desocupado por no transar con el crimen organizado, que acepta colaborar con el jefe de policía para resolver un complicado caso, y con la colaboración de dos ayudantes, el grandote Mat O’Shea y el hábil “Mil Llaves” Morgan (el famoso esquema de equipo), consigue desbaratar el plan del director del FBI para apoderarse de un satélite.
Star Kenton es un piloto de pruebas polifuncional (a lo Bull Rocket) que salva a la Tierra de una amenaza alienígena y luego se dedica a viajar por el espacio en compañía de un par extraterrestre.
En un contexto más amplio, el aporte y el legado de Columba ha sido cuestionado por el establishment cultural y reivindicado por antiguos y nuevos fans. Se le reprocha su conservadurismo y cierta afinidad con el poder (un camión con revistas era distribuido en cuarteles para distracción de los soldados).
Aunque es indudable que su popularidad y expansión contribuyó a la difusión de la lectura con textos torrenciales, a una edad en la que actualmente no se pasa de los mensajes de WhatsApp.
Una revisión menos dogmática y más entrañable puede escucharse en la canción “Revistas”, de Andres Calamaro: “Algo se derrumba / cuántas aventura de Editorial Columba”.
(*) De caras y caretas