05/08/2025 - Edición Nº1799

Cultura | 2 ago 2025

Heroe Colectivo

Gabriel Salazar: “La soberanía es colectiva o no existe”

Desde las luchas obreras del siglo XIX y XX hasta las luchas estudiantiles del XXI, los movimientos sociales han sido cruciales para lograr cambios en la sociedad chilena. El historiador y Premio Nacional de Historia, experto indiscutido en el tema, aborda los recientes fracasos constituyentes, la importancia de las asambleas como instrumentos del poder popular y cuestiona la eficacia de la democracia representativa frente al creciente avance del autoritarismo en el mundo.


En Chile, la expresión “movimiento social” surgió con sentido teórico en los años 40 gracias a la “doctrina social” de la Iglesia, enfocada en los derechos de indígenas y pobres. Según el historiador Gabriel Salazar (Santiago, 1936) en su ensayo Movimientos sociales en Chile (2013), a pesar de que el Estado ha situado a la sociedad civil en una posición subordinada y se les ha invisibilizado de la narrativa oficial, los movimientos sociales han sido cruciales en la historia del país, desde las luchas obreras del siglo XX hasta las movilizaciones de 2019.

Testigo privilegiado de estas transformaciones y referente ineludible de la historiografía social, Salazar —Premio Nacional de Historia 2006 y académico de la Universidad de Chile hasta 2023— se ha dedicado a estudiar los orígenes y el devenir de los movimientos sociales en Chile, investigaciones que ha volcado en libros como La historia desde abajo y desde adentro (2003), el ya mencionado Movimientos sociales en Chile, Los caminos del pueblo (2017) y Expoliación política de la ciudadanía en Chile, su último trabajo, publicado este año por Debate. 

Usted ha dicho que la historia es una ciencia en movimiento, que es un diálogo constante y sin fin entre sujetos de todas las épocas. ¿Cuál diría qué es la importancia de entender la historia como una ciencia viva?

—Se vulgarizó la idea de que la historia es la ciencia del pasado, de los hechos petrificados, objetivados, como lo plantea el positivismo, que reniega de todo lo que pueda parecer subjetivo o intersubjetivo. Es muy lamentable, porque toda la historia de Chile que se enseña, y la que el pueblo aprende y repite, es la historia que mira el pasado y por el pasado. En la calle, algunas personas me dicen: “usted es historiador, ¿con qué grupo está, con los o’higginistas o los carreristas?”. Te hablan de los mismos de siempre y esa es una mirada hacia el pasado muerto. Es una gran pena, porque eso niega, según yo, la esencia misma de la historia, que es la historicidad, el tiempo transcurrente, el proceso de cambio, la vida. La vida no es una mirada hacia el pasado, sino que camina, es movimiento. Si enseñamos la historia como muerta, no le damos ninguna ayuda al ciudadano para resolver los problemas gigantescos que tiene Chile hoy. Al contrario, tenemos un predomino absoluto del derecho escrito, que no es el derecho inherente a la realidad viva del ser humano.

Usted llevaba bastante tiempo advirtiendo antes de 2019 que había una crisis de representatividad y que, por lo mismo, las condiciones estaban dadas para que surgiera un movimiento social para exigir un cambio. ¿Cree que es posible que la historia nos ayude a predecir ciertas crisis?

—Los historiadores trabajamos lo que llamamos los procesos de larga duración. Por ejemplo, el problema de que Chile necesite una constitución política legítima y eficiente no está resuelto, y eso genera un proceso histórico de larga duración. Hemos hecho 11 intentos de constitución, todos fracasados. ¿Responsabilidad de quién es? De los políticos, que hace 200 años son elegidos sin mandato soberano. Cuando uno estudia estos procesos de larga duración, claro que puedes predecir ciertas cosas. Lo que yo he venido observando, justamente, es que la clase popular hace mucho tiempo está frustrada porque no ha logrado cambiar la estructura. Tampoco han podido hacerlo sus representantes. Hay que decirlo con todas sus letras: Frei Montalva fracasó, Allende fracasó. Existen autores que han trabajado la evolución constitucional, pero lo que hacen es describir una constitución tras otra y no estudian el tema de la soberanía popular. El tema de fondo es que en ciento y pico años, el pueblo no tuvo participación ni en el proceso constituyente ni en la elaboración de leyes. 

¿Por qué ha ocurrido esto?

—Porque el sistema político controlaba la votación en toda su etapa. Desde 1830 hasta 1925, el pueblo votaba y se le pagaba por el voto. Ahora nosotros les pagamos a ellos y ese dinero va para el partido del campeón que va de candidato. Después de 1925, el cohecho se fue terminando y el pueblo se convirtió en movimiento de masas en las calles. Se suponía que los políticos nos iban a resolver los problemas, nos liberarían y harían la revolución. Pero ninguno uno de ellos pudo hacerlo, ni el Frente Popular, ni la Unidad Popular. Pasando al siglo XXI, si ves las últimas movilizaciones de estudiantes secundarios, del 2001 al 2010, los cabros estaban en la calle gritando y exigiendo con una consigna clara: la asamblea manda, no manda el dirigente ni el partido. La propuesta era tan teóricamente rica en posibilidades de análisis y de expresión, que los cabros no pudieron desarrollarla, porque era algo muy nuevo. Era una intuición genial, pero no tenían conocimiento histórico ni sociológico de lo que eso significaba en la práctica. Pero su discurso tuvo eco en otra gente: entre 2012 y 2015 aparecieron asambleas comunales en Freirina, Calama, Aysén, Punta Arenas y Chiloé. 

El movimiento de Freirina, que reclamaba por la contaminación medioambiental provocada por Agrosuper y que logró que la empresa dejara de funcionar en la zona, es justamente uno de los más relevantes en lo que va de este siglo, ¿no?   

—Freirina es una demostración perfecta de lo que puede hacer una asamblea soberana. Fueron 120 asambleas locales y le ganaron al gobierno de Sebastián Piñera y a Agrosuper. Y esa asamblea todavía existe, porque triunfó. Para mí, Freirina es el movimiento social más exitoso del siglo XXI. Ellos descubrieron que la asamblea era el camino, pero eso no se dice. Fue en ese momento que el pueblo empezó a intuir que el paso siguiente era la asamblea constituyente. Pero eso implica abandonar la condición de masa en la calle. 

¿No le sorprendió el estallido, en ese sentido?

—El anhelo de la dignidad ciudadana fue lo que la gente comenzó a sentir después del periodo 2017-2018. Fui varias veces a las concentraciones de 2019 durante el estallido, y lo que me quedó claro es que no fue un movimiento de masas. No llevaban pancartas de partidos ni nombres de políticos ni consignas revolucionarias. Lo que exigía la gente era dignidad. Fue la primera movilización ciudadana que no fue un movimiento social típico. Los movimientos sociales son siempre grupos chicos con reivindicaciones a corto plazo y objetivos claros. Esto era diferente, era de largo plazo y ni ellos supieron cómo seguir. Fue más que nada el comienzo de una búsqueda, la del ciudadano digno y soberano.

Luis Emilio Recabarren, uno de los líderes del movimiento obrero, dijo que había que desarrollar la “inteligencia del pueblo”. ¿Cómo cree que se educa hoy la ciudadanía?

—Creo que la ciudadanía, las comunidades locales, siempre han tenido una ciencia propia: el diálogo, la conversación. Cuando estuvimos presos en Tres Álamos, había una torre que nos vigilaba todo el día, era el ojo panóptico del poder, como lo llamó Foucault, siempre observando. Pero nosotros llegamos a la conclusión de que podíamos mirarnos entre nosotros, podíamos conversar, dialogar, cosas que el poder no hace. También podíamos autoeducarnos. Si juntas a un pueblo entero, este puede producir un saber y una capacidad de acción que supera la del poder centralizado de una élite. Lo que hizo Recabarren no solo fue crear periódicos y dar conferencias en todo Chile. Su gracia era la deliberación. No era un estudioso de escritorio. Pensaba junto a otros. La conferencia iba acompañada de conversación. Él se retroalimentaba de lo que el pueblo le decía. De ahí la idea de la autoeducación y de desarrollar la inteligencia del pueblo.

La encuesta CEP de marzo-abril reveló que la preferencia por la democracia está en su nivel histórico más bajo. El 44% de la gente la prefiere, el 33% es indiferente a un sistema político democrático o autoritario y el 18% prefiere uno autoritario. ¿Por qué cree que está calando tanto el autoritarismo?

—Eso pasa porque siempre nos han enseñado que la democracia es individual y librecambista y no hay otra posible. Se entiende por democracia que uno tiene derecho a un voto individual, secreto, donde uno no delibera con nadie. Al sistema político le conviene apostar todas sus cartas al individuo, porque es indefenso frente al sistema. Pero no existe la soberanía individual, la soberanía es colectiva o no existe. Al sistema liberal capitalista no le conviene que exista una democracia donde el poder democrático sea colectivo. Por eso se hace creer que no hay otra alternativa al voto individual, lo cual históricamente es una estupidez. Cuando surge la posibilidad de una aglomeración de voluntades lo llaman movimiento social, que se suele manejar a través del sistema legal o con represión, si es que este se expresa colectivamente en la calle, para así desautorizarlo, porque sus ideas no coinciden con las leyes del sistema.

¿Y cómo eso puede influir en que hoy existan candidatos de extrema derecha?

—El punto es que uno ha vivido 200 años en una democracia donde el voto vale poco, porque es individual, haces una rayita en el voto que se convierte en un número y tú desapareces. Este sistema no ha resuelto ninguno de los problemas históricos que arrastra Chile. Entonces, si no se cambia el sistema y se insiste en que no hay otro, la gente ejerce lo que los sociólogos llaman el “voto mutante”: vamos a votar por este, de acuerdo a las promesas que hizo, y si no resulta, votamos por el otro. Si todos los demócratas han fracasado, entonces se vota por un Bolsonaro, un Trump, un Milei. Si supiéramos que existen otras alternativas a la democracia liberal y al voto individual, el estallido social de 2019 habría continuado con un proyecto propio. Sin embargo, su disolución desembocó en un intento de ridiculizarlo hasta hoy. Los políticos lo desprecian, lo llaman “octubrismo”, “fundamentalismo”, y lo ven de forma negativa.

Considerando lo que hemos vivido en los últimos años, tras el estallido social y después de los dos intentos fallidos de cambio constitucional, ¿qué tan lejos o cerca cree que estamos de tener una nueva constitución?

—Estamos moviéndonos en un círculo. El sistema no da para más. Estamos votando de forma ambivalente. No hay que olvidar que tuvimos un periodo Bachelet-Piñera-Bachelet-Piñera. Nunca se había producido antes un circuito de ese tipo. Creo que vamos a seguir en lo mismo, porque no hay otra alternativa. Las cosas se están volviendo hacia adentro. Se están profundizando los problemas que ya existían y vamos derecho a una crisis psicológica catastrófica. Tenemos niños que no quieren ir a clases, que se violentan, que se agarran a cuchillazos. Es un reventón, que como no puede salir hacia afuera, se va hacia adentro. Pero a largo plazo, veo que existe un tercer movimiento en marcha, lo estoy viendo por todas partes. 

¿Dónde, por ejemplo?

—Hace poco fui invitado a Llanquihue, donde se organizó una feria del libro. No habían solo libreros vendiendo libros, sino también una comunidad de artesanos, vecinos y vecinas participando en diálogos sobre distintos temas. Lentamente hay un repliegue de la ciudadanía del espacio público, donde está la democracia tradicional, hacia la comunidad local. Y eso, creo, de a poco, se constituirá en un movimiento social.  

(*) Nota de PALABRA PUBLICA de la Universidad de Chile.

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