

Por Federico Dertaube (*)
Hay algo que es seguro para todos los que miran con atención la situación argentina. El día antes de las elecciones de octubre va a ser muy diferente al día después. Las cosas no se pueden sostener tal y como están ahora. Lo sabe el mileísmo, lo saben sus cómplices, lo saben sus opositores y seudo opositores.
Lo que consiguió Milei este año es un frágil equilibrio que puede durar hasta octubre, y no mucho más lejos de octubre. Para conseguir estabilidad a largo plazo quiere tomar medidas que hoy no puede tomar. No tiene el “volumen político” para hacerlo. Necesita ganar las elecciones generales a toda costa.
Como muletas de estabilidad tiene el apoyo internacional de la extrema derecha en general y Trump en particular, el respaldo de los dólares del FMI, la “gobernabilidad” otorgada por las instituciones del régimen, la simpatía de los que ganaron con su “modelo” (los sojeros, las clases medias “pudientes” y gorilas, etc).
El apoyo de la derecha internacional: sin consenso, pero con guion
La situación internacional es muy diferente a la de los ‘90. Las comparaciones con la era del “neoliberalismo” son muchas, y algunas veces tienen razón. Pero fallan completamente en entender las tensiones reales que atraviesan al mundo.
No hay nada ni parecido al “Consenso de Washington” en estos días. La era de las privatizaciones, de la desindustrialización en algunos países e industrialización de otros, de los flujos internacionales irrestrictos de mercancías y capitales; era precisamente eso: una era de “consenso” hegemonizada por Estados Unidos. Estuvieron “de acuerdo” republicanos y demócratas, peronistas y radicales, conservadores y laboristas, potencias y semicolonias, Washington, Moscú y Beijing.
Menem consiguió su larga dominación política porque se montó sobre esa situación. Hoy, ni siquiera Estados Unidos se termina de poner de acuerdo sobre qué hay que hacer. Washington no tiene consenso ni con Washington. Milei no tiene el respaldo de un curso incuestionado de la política capitalista internacional: todo está en discusión. No vivimos una era de consenso sino de polarización.
La globalización neoliberal ha entrado en una crisis profunda, y la clase capitalista a nivel internacional no ha encontrado una salida a la situación en la que puso al mundo. El viejo establishment político de la mayoría de los países no atina a hacer otra cosa que tratar de mantener las cosas como están mientras todo cambia frente a sus ojos.
La extrema derecha es la única que ha encontrado un “guión” a seguir para el capitalismo internacional: el retroceso (al menos parcial) en la globalización, la fragmentación del mundo en zonas de influencia, los ataques a todo resto de conquista de las mayorías populares, la confrontación guerrerista mucho mayor con los enemigos.
Trump es el principal representante de esta nueva “hoja de ruta” imperialista y capitalista. Y que él sea uno de sus aliados es una fortaleza para Milei, porque le permite presentarse como uno de los pocos que ven una salida a una situación que parece sin salida. Y lo único que pueden plantear es un capitalismo aún más feroz.
Pero la extrema derecha está muy lejos de haber alcanzado la hegemonía de los neoliberales de los ‘90. Su política no es tampoco la de “hegemonizar” nada: no quieren sentar al adversario para que acepte una nueva realidad, la quieren imponer a los palazos. Y todos los usos de la fuerza de la derecha internacional han encontrado una respuesta. Por ejemplo, la auténtica “pueblada” en Los Ángeles contra las cacerías de migrantes de la ICE trumpista.
Hay un asunto candente que es emblema de la situación internacional: el genocidio en Gaza. En los ‘90, Estados Unidos se presentó como padrino de los “Acuerdos de Oslo”, la estafa de “consenso” entre sionistas y palestinos. Los hechos siguieron siendo los hechos: Israel siguió colonizando y matando, y los palestinos no tuvieron ni Estado propio ni derechos de ningún tipo. Pero el signo de la época era el supuesto “acuerdo”. Hoy, lo es el genocidio; defendido sin vergüenza por la derecha internacional mientras el “progresismo” internacional lo suele condenar a medias (con suerte). Pero la respuesta va mucho más allá de los que quieren una “postura intermedia” frente a un genocidio. Es cada vez más masivo en todo el mundo el rechazo a la masacre. Y, estúpidamente, Milei insinúa con traer a Argentina al genocida en jefe, Benjamín Netanyahu, justo antes de las elecciones. ¿Piensa realmente que no va a haber ninguna respuesta? Si la visita de Netanyahu al país llegara a concretarse sería una provocación que va a tener respuesta y podría convertirse en una crisis política.
La gobernabilidad y el FMI
Hablando de la situación específicamente argentina, Milei tiene dos grandes ayudas: la gobernabilidad que le garantiza en el plano político la institucionalidad capitalista y la ayuda económica que le otorga incondicionalmente el FMI. Pero los aires de confianza que se da el oficialismo no tienen nada que ver con la realidad.
Para empezar, el mileísmo no tiene una fuerza política propia. Todos los gobiernos anteriores se apoyaron en grandes aparatos profundamente insertados en el Estado argentino.
El peronismo es fácil de explicar porque es el único partido verdaderamente de masas del país: cuenta con gobiernos provinciales y municipales, diputados y senadores, sindicatos y movimientos de masas, medios de comunicación y una parte de la burguesía industrial.
El macrismo tenía en su haber el aparato cuasi “municipal” del PRO y el nacional de la UCR, el apoyo de la burguesía rural y de los más grandes medios de comunicación, los vínculos estrechos con lo más alto de la clase capitalista y el Poder Judicial.
Milei no tiene nada de eso, y está muy lejos de haberlo construido. La tropa de trolls de internet y los candidatos “prestados” del aparato del Estado no son un reemplazo para un partido de masas o los lazos orgánicos con la clase capitalista y el Estado.
La capacidad de gobierno del mileísmo depende puramente del apoyo prestado a la gobernabilidad por las instituciones, que no son mileístas. La votación de la Ley Bases fue el primer gran ejemplo de la complicidad del régimen político con Milei. Se jugaron a poder darle estabilidad y “normalizarlo”. Pero él pretende actuar como si gobernara solo, sin necesidad del apoyo de nadie. Quiere actuar como si sus caprichos fueran indiscutibles. El propio Milei es un factor permanente de inestabilidad, y le genera más de una incomodidad a los que quieren que gobierne, desde los gobernadores hasta La Nación, pasando por Macri y el Poder Judicial. Milei se quiere jugar al todo o nada en octubre, y conquistar una fuerza política propia que le permita no necesitar ningún acuerdo. Pero, aún ganando las elecciones, nada indica que esas fantasías se vayan a concretar.
En el plano económico, Milei y Caputo se han vuelto total y completamente dependientes de la ayuda del FMI. El “plan” económico de Milei, basado en el ridículo diagnóstico de que la inflación se debe al déficit fiscal y nada más, comenzó a mostrar sus quiebres hace meses. La confesión del fracaso tiene fecha: el día del acuerdo con el FMI. El Estado argentino está en default, no puede pagar sus deudas, no puede sostener el tipo de cambio, y los dólares del Fondo en abril vinieron a sostener con un hilo un “plan” que se derrumbaba.
Todo el “plan” económico de Milei y Caputo descansaba en una sola premisa: el problema es el déficit fiscal. Faltan dólares porque el Estado gasta mucho, hay inflación porque el Estado gasta mucho. Pues bien: echaron a decenas de miles de estatales, hundieron a los jubilados en la miseria, ajustaron a la educación y a la salud, y el problema sigue y crece. Consiguieron su tan sagrado “superávit” a costa de millones de personas, pero la presión sobre el dólar lo llevó a 1.380 pesos. Por más pesos que ajuste en sus gastos sociales el Estado argentino, lo que le hacen falta son dólares. Por más que hayan conseguido el superávit fiscal, hubo un déficit de cuenta corriente (que cuenta el conjunto de las entradas y salidas de divisas) de más de 5 mil millones de dólares en la primera mitad del año. El caso del anuncio de la salida de Carrefour del país es paradigmático: no hay inversión, hay desinversión y deuda.
El principal “logro” económico de Milei es haber bajado la inflación en pesos respecto a los peores momentos de 2023 y 2024, pero el país vive una importante inflación en dólares. Pero hasta eso es sumamente frágil porque lo consiguió a costa del abandono de las tareas básicas del Estado y el endeudamiento. Y aun así las subas de precios muestran índices parecidos a los de los gobiernos de CFK y Macri. Una de las fuentes principales de inflación es el tipo de cambio, y la suba del dólar ya comenzó a trasladarse a los precios.
Y estos resultados tan poco espectaculares se han logrado con la sistemática destrucción de la capacidad del Estado de intervenir como “capitalista colectivo”. Marx y Engels dijeron de manera clásica y brillante que el gobierno contemporáneo es “la junta que administra los negocios comunes de toda la burguesía”. Lejos de los dogmas absurdos de que toda intervención estatal es “socialismo”, el Estado es el garante de las condiciones mínimas necesarias para el funcionamiento de toda la sociedad capitalista. Sin ellas, los empresarios no pueden hacer sus negocios. Por ejemplo, la infraestructura del transporte (como las rutas) implica inversiones tan grandes y ganancias tan a largo plazo que no pueden existir sin el Estado. Porque los empresarios privados prefieren inversiones más chicas y ganancias más rápidas. Con su dogma de que todo, sin excepción, debe ser un negocio; en el largo plazo, Milei erosiona las condiciones necesarias de existencia de todos los negocios.
Las elecciones y la situación social explosiva: la necesidad de una alternativa anticapitalista
Lo dice la calle: no hay nada en la vida cotidiana de la gente que no esté mal. La mayoría de las buenas noticias oficiales de la situación social y económica son una verdad a medias o un verso completo. El poder adquisitivo de los salarios se desplomó, creció la precarización y el pluriempleo, las condiciones de trabajo en las empresas se ha deteriorado significativamente, arrecian los despidos en la industria. Y los trabajadores no solamente perdieron salario directo, también perdieron “salario indirecto” con el fin de los subsidios al transporte y las tarifas, con la destrucción de la salud. Ahora volvieron las clases y las escuelas son una tragedia más.
Todos los índices de consumo popular masivo muestran recesión. Lo que se “recupera” y crece es el consumo de bienes durables y gastos de lujo. Las clases medias pudientes y los ricos se han pasado en masa del macrismo al mileísmo porque este gobierno les abultó los bolsillos.
Y es en ese marco que habrá elecciones. En este momento, a muchos directamente no les importan. La acumulación de decepciones y fracasos ha llevado a millones a pensar que ir a votar no les cambia la vida, que de todas las formas que sean van a estar peor. El creciente fenómeno de la apatía electoral es algo nuevo para la Argentina, que siempre tuvo índices de participación muy altos. Este gobierno es un resultado de la degradación de la democracia burguesa, que a la vez la degrada todavía más. Pero eso no significa que haya apatía en general: la bronca y el odio por el gobierno son una cosa muy activa en la calle. La situación social es un polvorín que puede estallar más pronto que tarde.
Y mientras el país pasa por una interminable crisis histórica, mientras millones la pasan todos los días cada vez peor, el sistema político responde con una campaña electoral que no habla en ningún momento de esos problemas. Algunos de los reclamos populares más importantes habían llegado al Congreso porque primero habían llegado a la calle: la salud, Discapacidad, el presupuesto universitario, etc.
Pero la fuerza con mayor capacidad de movilización del país decide llevar todo a las elecciones, nada a las calles, y no decir nada de la realidad. El peronismo viene del fracaso del Frente de Todos y ahora decide no presentar (porque no tienen) ningún programa alternativo al ajuste permanente. Dan por hecho que son ellos quienes más se benefician del creciente descontento, sin importar si se siguen arruinando las vidas de millones. La convocatoria a la procesión de San Cayetano de la CGT y los movimientos sociales es lo mismo de todos los años. Mandan a rezar para que todo mejore y después todos a sus casas. Nada de hacer algo realmente para frenar al gobierno.
¿Cómo va a querer ir a votar la gente en estas condiciones? La vida diaria se vive con dramatismo y las campañas electorales deciden hacer silencio o vender el cuento de que todo está bien. Curiosamente, el FITU está siendo parte de esa disociación completa de “la política” con la realidad, con una campaña electoral completamente autorreferencial.
La crisis argentina es la crisis del capitalismo argentino. El planteo de la necesidad de una alternativa anticapitalista tiene que poder conectar con los problemas cotidianos de millones de trabajadores: por eso es necesario hablar de la urgencia de un salario mínimo de 2 millones de pesos, el problema del transporte que se ha vuelto un calvario cotidiano, del presupuesto a la salud y a la educación, de que no hay que pagar el fraude de la deuda externa. La gente, en su mayoría, no se siente derrotada: tiene justa bronca. La campaña electoral del Nuevo MAS para las elecciones provinciales ya está en marcha y lleva como bandera las necesidades de las mayorías. Una campaña para ser alternativa en septiembre, que prepara el terreno para las elecciones nacionales de octubre en las que Manuela Castañeira será candidata a diputada por PBA, y colocar la necesidad de una salida anticapitalista ante el estallido social que podría estar por delante.
(*) Nota de WEB IZQ