

Por Juan Manuel Padín *
Detrás del bullicio y la incertidumbre que provocan las iniciativas de Donald Trump a escala planetaria, en Washington se desarrolla un profundo debate entre ex altos funcionarios y renombrados académicos, quienes abogan por una nueva orientación estratégica de la política exterior estadounidense ante la “amenaza china” —un reto a su poderío sin precedentes desde su consolidación como la principal potencia mundial—.
En este trance hacia una incierta reconfiguración global, los especialistas rechazan toda acción que conduzca a un repliegue hacia el hemisferio occidental. Lejos de ofrecer una salida, advierten que una medida de este tipo precipitaría la pérdida de dominio, al dejar al resto del mundo bajo el influjo de la política de expansión china.
La reciente imagen de los líderes de India y Rusia junto al presidente Xi Jinping, en el marco de la Cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai, ilustra con claridad que las potencias emergentes no se quedarán de brazos cruzados mientras Estados Unidos examina sus alternativas estratégicas.
Tras descartar la opción del repliegue, se destaca otra sugerencia por la negativa: dar por concluida la larga etapa del intercambio de 'protección por apoyo político' que marcó la relación entre Estados Unidos y sus numerosos socios y aliados por décadas. En su reemplazo, se plantea la construcción de una plataforma conjunta con estos mismos actores orientada al desarrollo de capacidades en los ámbitos militar, económico y tecnológico, lo que demandará un nivel de compromiso y coordinación hoy inexistente. Menudo desafío. Este enfoque permitiría, entre otras cuestiones, construir una base industrial común, factor imprescindible para enfrentar a la República Popular China y, de ese modo, recrear las condiciones materiales elementales para la preservación del estatus de Estados Unidos como superpotencia.
El planteamiento parte de un doble convencimiento: en primer término, China constituye un riesgo existencial para los cimientos socio-productivos de los países del occidente desarrollado y sus aliados; en segundo término, no es posible responder a un reto de esta escala sin apelar a una estrategia de colaboración colectiva.
Cabe señalar que el país de Mao Zedong no sólo es la segunda economía mundial, el primer exportador y el segundo importador, sino que también explica el 31,8 por ciento del valor agregado manufacturero del planeta, más que duplicando el peso de su competidor más cercano (Estados Unidos, 15 por ciento). A su vez, registra un formidable avance en el área tecnológica y experimenta un crecimiento acelerado en el plano militar.
El papel de EE.UU.
Ante la complejidad de este panorama (y sus eventuales repercusiones), surge un interrogante crucial: ¿cómo podría Estados Unidos aunar suficientes voluntades en una empresa de este tenor? De acuerdo a los expertos, la clave reside en compartir los beneficios del ecosistema de innovación estadounidense y reorientar el liderazgo científico y tecnológico con un triple objetivo: apalancar la producción conjunta, promover prácticas de innovación compartida y forjar cadenas de suministro integradas.
Un mismo aire de época se advierte en las propuestas que abordan las complejidades del sistema multilateral de comercio, vigente hace casi ocho décadas y actualmente inmerso en una profunda crisis. Resulta evidente que las decisiones unilaterales adoptadas por la administración Trump alborotaron la escena intelectual, dando lugar a todo tipo de propuestas orientadas a evitar tanto una desaceleración del crecimiento derivada de la proliferación de medidas proteccionistas, como el aumento de la conflictividad global.
La receta de retornar al "viejo orden neoliberal" centrado en la OMC ya no es parte del menú. Las reglas existentes no lograron detener el avance chino y la institución presenta serias fallas para dar cumplimiento a sus tres funciones principales: servir de foro de negociación de nuevos acuerdos —solo logró avances mínimos en los últimos años—; resolver disputas comerciales entre países —el Órgano de Apelación está inactivo por desacuerdos profundos entre las partes—; y supervisar las políticas nacionales de sus integrantes —los países hacen caso omiso a la obligación de reportar sus acciones con especial frecuencia—.
Apartado el statu quo como opción y reconociendo que el "decisionismo unilateral" es desaconsejable y puede salirse de control, la propuesta consiste en establecer un sistema plurilateral abierto y flexible entre países afines.
Esto implica abandonar, en la práctica, el denominado “sistema basado en normas” que aglutina a 166 países y concentra el 98% del comercio mundial, para priorizar grupos de interés que comparten agendas y objetivos comunes. Ya no se trataría simplemente de impulsar la liberalización comercial, la armonización regulatoria o abordar asuntos novedosos (como la inteligencia artificial).
La agenda vislumbra otros tópicos. Por caso, asegurar las cadenas de suministro, asumir compromisos para garantizar la seguridad nacional y coordinar barreras de acceso a mercados mediante, por ejemplo, la limitación de importaciones (de acuerdo al origen del proveedor), la multiplicación de restricciones a la exportación o la construcción de un "pluralismo preferencial" que ofrezca un mejor acceso a los productos de los socios mientras se edifican barreras arancelarias y no arancelarias conjuntas contra los competidores.
En síntesis, ni el replanteamiento de la orientación de la política exterior estadounidense ni la revisión de las reglas que regulan el comercio internacional contemplan un enfoque minimalista; contrariamente, expresan la urgencia de una reconfiguración profunda y exhaustiva para recorrer el sendero hacia el mundus novus.
Argentina en el vendaval
Desgraciadamente, desde hace casi dos años las máximas autoridades nacionales actúan sin tomar debida nota de las implicancias de las transformaciones globales mientras se jactan de hacer caso omiso a problemáticas que observan con inquietud la inmensa mayoría de los países. Tres ejemplos dan cuenta de este sombrío panorama:
*En un mundo donde se multiplican las medidas de protección comercial y existe un claro retorno a la política industrial, en Argentina se liberaliza unilateralmente el comercio exterior y se desindustrializa el país.
*Mientras los países buscan diversificar alianzas para preservar márgenes de maniobra, crear mayores capacidades e incrementar oportunidades de comercio y financiamiento, el gobierno de Milei ha atado el destino de la Nación a la suerte de dos líderes extranjeros —Trump y Netanyahu—, aplicando recetas hiper-ideologizadas que lejos de incrementar nuestra influencia, la disminuyen.
*En un periodo en el que las grandes potencias y los principales países emergentes refuerzan su competitividad mediante megaplanes de infraestructura, inversión en conectividad digital y desarrollo científico y tecnológico, el gobierno libertario se enorgullece de paralizar las obras públicas, desmantelar el complejo de instituciones científicas y desfinanciar a las Universidades, generando un enorme perjuicio para las perspectivas de desarrollo de la Argentina.
A esta altura, ya carece de toda novedad mencionar que los resultados alcanzados por la gestión libertaria son alarmantes. El “modelo de la libertad” no avanza: en una economía en aprietos y con una situación social crítica, se registra una caída abrupta de las inversiones extranjeras a pesar del RIGI —un traje a medida para las corporaciones—; varias multinacionales ya abandonaron el país; la política de sumisión a Estados Unidos no evitó la afectación de las exportaciones argentinas frente a la imposición unilateral de aranceles; y el saldo comercial se está comprimiendo ante el ascenso de las importaciones, creando problemas adicionales tanto en el entramado productivo como en las cuentas externas.
En concreto, ni estabilidad, ni mejora social, ni inversiones ni salto exportador. Solo endeudamiento y crisis, con una buena cuota de crueldad y negocios espurios.
El día después
Ante un escenario nacional sombrío al calor de la experiencia de los hermanos Milei y con la mirada puesta en 2027, urge construir “el día después”. No hay margen para otra experiencia fallida de gobierno como la concluida en 2023.
Otro futuro es posible, pero para que sea próspero y compartido se deberá basar en un programa de gobierno que, tomando en consideración las transformaciones a escala global, actualice en función del interés nacional el conjunto de alianzas internacionales y las modalidades de integración, así como el contenido y velocidad de las políticas industriales, comerciales, científicas y tecnológicas y de infraestructura, entre otras.
Todo ello requerirá, de modo ineludible, de la elaboración de un plan federal de reindustrialización y el fortalecimiento de la soberanía en sus múltiples dimensiones, recordando que no hay soberanía ni desarrollo sin una integración regional profunda.
En ese sentido, la priorización de los vínculos con nuestra región (empezando por el MERCOSUR) deberá incorporar, como primer paso, el relanzamiento del vínculo estratégico con Brasil, focalizando esfuerzos en áreas clave, como el control de recursos estratégicos, la construcción de cadenas de valor en sectores prioritarios, la cooperación energética, el fortalecimiento de la infraestructura y la colaboración en los ámbitos productivo, comercial, financiero y científico-tecnológico.
La estrategia internacional en un nuevo contexto global tendrá que priorizar, además, nuevas pertenencias institucionales —como el ingreso a los BRICS—, sin descuidar la participación en otros foros y espacios multilaterales.
El abandono del alineamiento subordinado exigirá, del mismo modo, un trabajo de reposicionamiento de la Argentina como un actor (nuevamente) comprometido con temas relevantes de la agenda global —derechos humanos, cambio climático, transición energética, género y diversidades, entre otros—, recuperando los valores, la sensatez y el pragmatismo perdidos, así como revirtiendo todos los compromisos que debiliten la posición argentina respecto a la Cuestión Malvinas.
En definitiva, ante el fracaso del modelo libertario, que posiciona a la Argentina como un país dependiente, resulta vital planificar una renovada agenda internacional, incorporando como referencia el nuevo y cambiante contexto mundial y como guía de acción un plan nacional de soberanía y desarrollo.
*Dr. en Desarrollo Económico. Nota de P12 del 14 de septiembre de 2025