domingo 28 de abril de 2024 - Edición Nº1335

Economía y Política | 22 oct 2023

Sin soberania no hay justicia social

EL ROL DEL ESTADO CON JUSTICIA SOCIAL

El debate siempre reactualizado por la construcción de una patria teniendo en cuenta el rol del Estado y la Soberanía Nacional sin los cuales es imposible pretender justicia social. El 40% de pobreza es un dato de la realidad que no puede disimular el fracaso de una democracia flaca puesta al servicio de intereses contrarios a las mayorías populares. Para construir un país soberano primero hay que liberarlo de las ataduras culturales históricas de la dependencia, de la burguesía local colonizada de afuera y colonizadora hacia dentro, de la influencia condicionante de las finanzas internacionales, y del peso de plomo que implica el accionar de EEUU en toda América Latina.


Tomás Pérez Bodría *

        No abordaré, por supuesto, el análisis de una teoría del Estado. Eso ya lo han llevado a cabo los más grandes pensadores. Doy entonces por sentada su comprensión como estructura institucional colectiva a partir del advenimiento de los Estados Nación.

         Quien para muchos de nosotros conformó un primus inter pares entre los visionarios del devenir del proceso de la geopolítica, anticipó que el Estado nación daría lugar al regionalismo y este a una construcción de orden global. Me refiero al general Juan Domingo Perón que, claramente no hacía alusión a la globalización neoliberal que tomara cuerpo a partir de los años noventa, sino a la evolución de la organización política estructural del mundo con un sentido superador.

        Es decir que el general Perón, quizás como nadie, advirtió en el Estado nación no un ente consolidado y pemanente, sino un estadío que, tras consolidarse, habría de dar paso a otros que lo habrían de superar con el paso del tiempo. Y, naturalmente, avisoró en ese devenir, un producto de la evolución en el estado de conciencia de la humanidad y de los lazos que habría de construir en función de su propia supervivencia..

        Y como todo proceso transicional, los pasos de un estadío a otro no son abruptos sino, precisamente, pausados y convivientes, lo que no excluye los fuertes enfrentamiento y los dolores propios de todo parto.. Tal es así que en la actualidad podemos concluir que asistimos a una incipiente contemporaneidad entre los estados nacionales y las regiones. Estas últimas por ahora los contiene, así como en el futuro las regiones irán siendo contenidas por una estructura de carácter global cuya caracterización deberá emanar del consenso de esas regiones.

        Ahora bien, en el marco de dicha evolución estructural, cabe aceptar que la caracterización de las estructuras continentes -la región primero y luego el orden mundial conformado- se acuñará en la tónica que conformen las estructuras contenidas -los estados nación primero y luego las regiones-. Y es en este sentido que tiendo a encuadrar el conflicto que nos obliga a tomar partido en el momento actual de la evolución.

        Hoy vemos que se traza un nuevo tablero geopolítico, posiblemente el germen de un nuevo orden mundial que aspiramos sea superador del actual, que es de carácter multilateral y aparece como francamente superador del unilateralismo impuesto a partir de la caída de la cortina de hierro desde el año 1989. En este nuevo tablero los países de grandes extensiones y poblaciones -China, India o Rusia- pasan a integrar ese novel tablero que está llamado a compartirse con otros organizados en regiones -África, el resto de Asia y Latinoamérica-

        Para que ese nuevo orden se merezca incorporarse como uno de los grandes períodos de la evolución humana, debe impregnarse de valores que permitan satisfacer los requerimientos de los seres humanos en un marco de justicia distributiva y salvaguarda de la casa común. Y a esta altura está claro que el capitalismo, sobre todo en su fase de ultrafinanciarización todavía vigente, aparece incompatible con ese propósito. Por lo tanto, como ha ocurrido con todos los cambios estructurales profundos de la humanidad a lo largo de toda su historia, la confrontación entre el "ancient régimen" y los nuevos vientos que soplan con fuerza en un mapa global en que la confluencia de las nuevas tecnologías y la marginación social de miles de millones de personas es ostensible, se torna ineludible. Y esa confrontación debe resolverse, como es lógico en el marco de la secuencia de organización estructural descripta, primeramente en el ámbito de los estados nación. Y es en ese ámbito donde ya se advierten los primeros pero fuertes escarceos. Allí es donde se aprestan los contendientes. Por un lado aquellos que, desentendiéndose de la suerte del colectivo humano y de la casa en común a cuya destrucción contribuyen -al estilo de la fábula de la rana y el alacrán-, renuentes a advertir los sacudones objetivos que muestra la realidad, siguen las reglas políticas, económicas y sociales llamadas a perecer: las del egoísmo supino expresado en el neoliberalismo acérrimo, depredador, misógeno y excluyente. Y, por el otro, quienes pugnan por la prevalencia de estructuras políticas, económicas y sociales abarcativas, sustentables, amables con el planeta y afines al bienestar de sus habitantes. No sabemos exactamente qué formas cobrarán dichas estructuras, pero estamos seguros que deberán potenciar institucionalmente la participación popular por sobre la mera representación, la distribución por sobre la acaparación monopólica u oligopólica, la solidaridad por sobre el "sálvese quien pueda", la comunidad por sobre la individualidad. Es decir una estructura fundada en objetivos de supervivencia, calidad de vida y realización de carácter colectivo, en la convicción que la felicidad de los individuos que la componen sólo resulta viable en tal contexto. Como también afirmaba anticipatoriamente el General Peón, "nadie se realiza en una comunidad que no lo hace".

        Los enormes avances tecnológicos alcanzados por la humanidad, al contrario de muchas opiniones, facilitan la concreción de estas aspiraciones. El reemplazo de la mano de obra humana por la robótica, el pensamiento abstracto al alcance de la inteligencia artificial, el ocio que ineludiblemente pasará de ser en breve un pasatiempo propio de haraganes o desocupados a una alternativa de preparación y superación individual de alto valor agregado, constituyen elementos definitorios de las nuevas estructuras a conformar y del nuevo sujeto social llamado a conformarlas. Y, al menos en las primeras etapas, no se advierte otro ente que el Estado, con capacidad suficiente para que los excedentes económicos que esta revolución tecnológica genera, sea distribuido entre todos los habitantes que integran la nación. Casi obligadamente, puesto que, obviamente, los robots que ya reemplazan a los trabajadores, no consumen. Por lo tanto, afortunadamente, ni siquiera la esclavitud guarda sentido, puesto que pasa a carecer de utilidad. El cortoplacismo de los obscenos apropiadores de fortunas inagotables carentes no sólo de sentido ético sino también práctico, perderán toda viabilidad real en este nuevo contexto al que, paradojalmente, también ellos coadyuvan a generar. Es evidente entonces que los motores civilizatorios que alguna vez caracterizaron al capitalismo, están agotados.

        Estoy convencido que transitamos ese camino cuyos tramos seguramente no cesarán de sorprendernos, pero que estamos obligados a imaginarlos para garantizar que las oscuras pero aún poderosas fuerzas del "ancient régimen" no dilaten la concreción de tal ineludible evolución.

        En la Argentina esta confrontación discurre ante nuestros ojos. La inviabilidad de statu quo se exhibe con la fuerza de una crisis económica y social que a todos nos agobia pero que, lejos de obsnubilarnos, debe alentarnos a acelerar los medios para superarla con la mayor rapidez y al menor costo social posible. Entre esos medios está la reconfiguración del Estado para colocarlo al servicio de la demanda de los nuevos tiempo. Su estructuración eficiente para operar como el único gran distribuidor de los recursos facilitados por la revolución tecnológica, configurando así una nueva intelección del significado de una de las más caras banderas históricas del movimiento nacional y popular: "la justicia social". Está llamado, como nunca, a ser el garante y custodio de los recursos naturales existentes en su territorio para posibilitar el desarrollo de un modelo productivo nacional que, a su vez, pueda oportunamente constituir un aporte esencial a la integración regional. Integración ésta esencial para concurrir unificadamente a la mesa de la nueva geopolítica mundial que, como dijera precedentemente, se impregnará de las características configuradas previamente en los estados nacionales y en esas mismas regiones.

        Es a través de estas breves líneas, carentes de toda pretensión de originalidad, que creo entrever la importancia trascendental que conlleva la estructuración del Estado como protagonista central que, mediante el protagonismo de una nueva dirigencia política y social coherente con los  tiempos, estructure institucionalmente la nueva sociedad que ya se vislumbra.

      

*Abogado, ex concejal peronista en Pilar y militante del Movimiento Nacional y Popular

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