sábado 27 de abril de 2024 - Edición Nº1334

Cultura | 16 dic 2023

La revolución de la alegria o de colores

Infierno híbrido

El plan económico que se nos impone es de lesa humanidad. La enorme mayoría de la población se prefigura como un estorbo eliminable. La gente no estuvo en las cuentas que hicieron, porque el único que puede incluirla en las cuentas es el Estado, no el mercado. Es así de simple. No hay más vueltas que darle. Y siempre fue así y no cambiará: el que se ilusionó con un mercado justo, bueno, es como ilusionarse con que un olmo dé peras. La grosería monumental de estatizar la deuda privada de los importadores y comprometer al Estado en un deudor en dólares por un monto más alto todavía que la deuda con el FMI delata que Milei no descree del Estado sino que lo usa para cargar sobre el pueblo argentino los debes de los privados, otra vez, como Cavallo. Queda en nosotros, los millones y millones a los que estos tipos nos están arrancando la dignidad, vendiéndonos el país, usándonos como banco prestador, humillándonos de un modo escandaloso, ver qué hacemos. Y no es pronto: el plan de Caputo deja ver el infierno.


Por Sandra Russo

“El mérito supremo consiste en vencer la resistencia del otro sin luchar”. Con esta cita del estratega militar de la China antigua, SunTzu, comienza la presentación de Las guerras híbridas (de las revoluciones de colores a los golpes), el libro del politólogo griego Andrew Korybko.

Lo de guerra híbrida lo hemos escuchado muchas veces, pero su consistencia y su materialización no es explicada, no es incorporada como vector, no es accesible porque precisamente el poder destructor, mafioso e ilegal de las guerras híbridas es lograr, según Korybko, que Estados Unidos y la OTAN ataquen a otros países sin que intervengan como en los 70 en toda esta región las fuerzas armadas.

Las revoluciones de colores, que sí suelen ser acompañadas por fuerzas de seguridad, son las que se vienen sucediendo desde hace trece años, 2010, cuando en Túnez primero, y después en Argelia, Jordania, Egipto y Yemen, tuvieron lugar las “revueltas ciudadanas” que voltearon gobiernos no alineados con la OTAN.

El modus operandi fue exactamente el mismo, aunque ya se sabía que antes de la primera revuelta, la de Túnez, habían existido contactos y encuentros previos con activistas de redes de la ultraderecha tunecina en Washington. Se llamaron “las primaveras árabes”, que facilitaron el desembarco atlantista a través de gobiernos afines.

Se empezaban a hacer circular masivamente contenidos de redes en base a alguna palabra-fuerza: república, democracia, libertad. Pero una, siempre la misma. Palabras que son palabras, signos abstractos, que significan cosas completamente opuestas para muchos adherentes de esos movimientos: una clave de las guerras híbridas es la no especificación ni de las demandas ni de las reivindicaciones más allá del significante vacío. Ya pueden empezar a ver paralelismos.

Intercalo un párrafo: toda la campaña de Milei se basó en la palabra “casta”, tan vacía como cualquier otra si no se le da precisión a su significado. A medida que se acercaban las elecciones y sobre todo después de la propia sorpresa de su éxito, Milei la combinó con “gente de bien”. Para muchos estaba muy claro pero para buena parte del 55 por ciento, no: ni la casta era la casta, ni la gente de bien era la buena gente. Se trató de una estafa semiológica.

Volviendo a las guerras híbridas, los líderes fabricados por esa maquinaria en diversos países de Africa, Europa y América Latina, nunca especificaron nada, para arrastrar hacia ellos el desgaste y la insatisfacción de las muchedumbres hundidas en la necesidad, y unirlos a su propia fuerza, integrada por un sector muy minoritario políticamente, usado como caballo de troya por buitres, financistas, corporaciones, pero todas bajo la éjida de la OTAN.

El libro de Korybko reconstruye los casos de Siria y especialmente el de Ucrania, y digo especialmente porque hace una semana lo tuvimos a Zelensky por aquí. En 2013, el objetivo de Estados Unidos era como siempre Rusia, como talón de Aquiles de China. Pero había que afianzar el camino y el gobierno ucraniano y proruso de Yanukovich lo impedía. Había que comprometer a Ucrania con la UE. El acuerdo de libre comercio que estaba a la firma se aplazaba. Surgieron las “protestas ciudadanas” por la “libertad”. Y fueron muy pronto atronadoras. Líderes sociales, artistas, deportistas, todo el mundo se politizó en un par de semanas al son de la “libertad”. Había incendios de edificios, enfrentamientos, lucha callejera, asesinatos, clima de guerra civil. Yanukovich terminó huyendo. Ese levantamiento, del que es heredero Zelensky, fue llamado el Maidan (Plaza de la Independencia). Y fue también el principio de masacres contra los rusófonos del Dombas. Después del Maidan, ya ondeaban en Ucrania banderas nazis.

Africa había sido un globo de ensayo exitoso. Cada una de las revoluciones de colores armada desde Washington fue más aceitada, más alocada, más bestial, porque el motor de las guerras híbridas se fue internando más y más en las personas que aún hoy no pueden decodificar el mecanismo que en sus propias cabezas detona la guerra, y que es supurado por goteo, día tras día, por miles de voces, que ofrecen un culpable de las desdichas individuales para odiar.

Las mayorías circunstanciales que se construyen no son partidarias ni se arraigan. Son muchedumbres compuestas por individuos que no se asocian: no creen en la asociación y terminan rompiéndose en pedazos.

A través de las guerras híbridas Estados Unidos ha logrado, gastando muchísimo menos dinero que en una guerra convencional, mover el tablero de regiones enteras sin necesidad de exponer a un solo norteamericano. Bueno, expone a sus embajadores. El rol de Stanley desde que llegó pero sobre todo desde hace una semana, lo dispensa a uno de tener que pensar: basta con ver. Lo obsceno.

Milei habla de “los caídos”. Entramos a través del discurso en una guerra híbrida. Nos lleva a la OTAN, y la OTAN está en guerra contra “el comunismo” como genérico abstracto, así como los economistas austríacos elaboraron sus teorías como arietes destructores de cualquier forma de “colectivismo”.

La nueva deuda que acabamos de contraer desecha una mejora en el corto plazo. La luz al final del túnel no existe, nunca existió. Estos tipos son largoplacistas radicales. Esto es: podemos morirnos todos, les importa un bledo. Piensan en su tercer a cuarto ciclo. Deliran, pero con la nuestra. Con nuestra patria, y con nuestras vidas.

Nota de Pagina 12 de 16 de diciembre de 2023

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